… A veces es difícil continuar con las historias que pululan por mi mente y se materializan en las letras de este blog, siento si he tardado en continuar, pero es que a veces mi vida es un desastre.
Gracias e-catarsis, Paquita, Úrsula, Lara por los comentarios. Se los agradezco muchísimo.
El escrito de «no tiene sentido continuar» va dedicado a ustedes, a mí, a mis tendencias.
Gracias a Coblenza, Aída (Siempre es un honor que me escribas algo), Paquita, Héctor (Qué sorpresa) y Rafa (Soy fiel, gracias, un beso tío grande).
A todos, mil besos.
… el narizudo pétreo me miraba desde una postura imposible hasta que me coloqué desde una posición mediante la cual me pudiese ver sin forzar tanto sus enormes párpados.
El terror me subía por la piel como hormigas carnívoras, la voz que me hablaba era seca, metálica, como salida de lo más profundo del mar. No paraba de lamentarse en unos largos «Ayyyyyyyyyy».
El miedo fue dando paso a una curiosidad cada vez mayor, Guayedra rugía fuertemente y las olas golpeaban la orilla como si quisieran desgastar Gran Canaria lenta e inexorablemente sabiendo que conseguirán un día ahogar esta isla.
La oscuridad de la playa sólo era disipada por la luz de la luna y las estrellas de este enorme y privilegiado cielo que tenemos.
Puse mis manos sobre la roca, sentí las vibraciones de tenor de cada uno de sus lamentos en mi piel.
Sentí algo nuevo cuando le toqué, las mejillas, me invadieron muchas imágenes de tiempos eternos, de la isla en construcción, como si el tiempo fuese en cámara rápida, de forma sucesiva, pasaron las imágenes por mi mente.
– ¿Quién eres?
– ¿Quién no soy? Me respondió lamentándose.
Sus ojos estaban tristes, la boca se movía haciendo muchos esfuerzos.
– ¿No sabes quién eres?
– ¿Lo sabes tú?
– Realmente, no.
– Vivo preso, querido amigo, en esta roca y sólo puedo vivir algunas noches, sólo puedo hablar y llorar en voz alta cuando todo es propicio, generalmente huyen aterrorizadas las personas que me escuchan pero créeme, me siento solo.
– Te entiendo, la soledad de una roca mirando siempre a las estrellas es muy dura.
– Sí, veo que tu corazón es menos pétreo que el de aquellas personas que se ríen de mi nariz, de mi cara congestionada. Estoy condenado a dormir entre las paredes internas de esta roca y despertarme en contadas ocasiones.
El mar estaba cada vez más enfadado, como si no quisiera que yo interrumpiese un rito eterno, mágico, de la soledad, como si el mar fuese el vigilante de los lamentos del narizudo.
El mar era cada vez más duro, más bravío, creo que me quería tragar para siempre, desaparecerme entre sus fauces.
– ¿Qué puedo hacer por ti?
– Me asombra tu pregunta, ¿Estás vivo? Sólo si estás vivo de verdad puedes ayudarme.
– A veces no lo sé, realmente, si estoy vivo o muerto, si estoy en el camino o si ando hacia atrás como los cangrejos que de vez en cuando se adivinan debajo de estas piedras. ¿Estoy vivo? ¿Lo estoy como tu?
– No sé, querido amigo, no sé si lo mío es vida, soy una roca que habla y siente soledad.
Le toqué las mejillas, no sé si eran las gotas que llegaban desde el mar, pero podía adivinar dos lágrimas corriendo por sus mejillas duras, pétreas, grises.
– ¿Qué puedo hacer para aliviar tu pena?
– Interesante pregunta, querido amigo, hace tanto que lo sé que no me acuerdo. ¿Qué puedo hacer para vivir? ¿Qué es lo que sueles hacer para vivir?
– Pues no lo sé… ¿Qué hacemos las personas para vivir? ¿Qué hacen las rocas? Supongo que dejar que el tiempo pase y nos dore el sol o nos arrastre el mar. No lo sé.
– Recuerdo que yo tenía metas, principios, amaba, soñaba, querido amigo, creo que yo hacía algo de eso.
– Sí, creo que hacemos algo de eso, creo que yo también me veo cambiando y soñando, pero nunca me había planteado, perdón, nunca me había planteado junto al planteamiento que me ofrece una roca que habla qué es vivir.
– Pero no te alarmes, querido amigo, cada uno elige la forma de vivir. ¿Me ayudarás?
– Claro que te ayudaré, nunca pensé que una charla con una roca me enseñase tanto. Acabo de aprender una gran lección.
– ¿Cuál? ¿Qué has aprendido de una roca triste como yo?
– La diferencia entre las personas y las piedras.
– ¿Cuál es?
– La capacidad de modificar o de ser modificados, uno puede ser como una roca y dejarse moldear por el viento, por el mar y cumplir la función de una roca, sin entrar a debatir nada acerca de los sentimientos y de ser duro, hacer el único y precioso papel de no hacer nada y ser la mejor y mayor roca. O bien moldear el entorno, el medio, estar vivo y cambiar junto con la vida. Moldearse por el tiempo, viento, mar pero también tener la capacidad de elegir, de ser parte de lo que cambia, de lo existente.
– Querido amigo, creo que has aprendido en un rato más que yo en muchos años.
– Dime ¿En qué te puedo ayudar?
– En lo mismo que te ayudé yo. Dame un beso.
– ¿Un beso? Te harás un príncipe después de ser rana o te levantarás como la Bella Durmiente?
– Un beso puede revivir y dar color y calor hasta a una roca como yo.
– Pero hay besos que matan, no sé si lo sabes.
– Pero el beso es el contacto íntimo, la forma mediante la cual se transmiten las energías íntimas, sublimes.
– Te besaré pues.
Puse mis labios sobre la boca de la roca llorosa y la besé suavemente, no estaba fría, tenía un calor peculiar pese a la temperatura de la noche.
Escuché un ruido en el mar, un ruido violento, fuerte, el mar gritaba quejándose de la violación de su vigilancia, había roto las normas no escritas, había dado el paso, rompía la hegemonía del castigo de Guayedra sobre la roca del Narizudo.
La roca comenzó a despedir destellos, las olas eran cada vez más grandes, fuertes, comenzó a soplar el eterno viento de Guayedra, cayeron piedras del precipicio.
Parecía que todo iba muy rápido, que el tiempo se apresuraba.
La roca llorosa se quedó muda y emitía luces cada vez más brillantes.
Me retiré prudentemente, me asaltó el miedo eterno a lo desconocido, a lo que estaba fuera de control.
De la roca salía lentamente un hombre, su cabeza, su torso…
Como un parto doloroso, la roca que pare al hombre.
Sus muslos, pies…
Me protegí detrás de unas piedras mientras el mar seguía furioso conmigo, con ese hombre, el viento seguía soplando más fuerte y de la roca salían menos luces, se iba apagando poco a poco.
El hombre se puso en pie, me buscó con la mirada, de forma intuitiva me levanté para que me viese.
Me sonrió.
Me tenía que agarrar fuerte para que el viento no me llevase pero a ese hombre no lo movería ni el mayor de los huracanes.
Me dio las gracias por encima de Guayedra, del fuerte viento y del rugir de las olas.
Caminó hacia el mar con una alegría contenida, parecía unirse de nuevo con quien había sido parte eterna.
Lo vi feliz.
La roca continuó allí, pero esta vez era una roca con un sólo gesto mirando eterna al cielo, impenitente, eterna, guardando en su memoria ancestral los pensamientos de aquel hombre que ahora desaparecía en el mar poniéndose en cruz sobre las olas hasta hundirse lentamente en medio de su cuerpo hermoso que iba emitiendo luces.
Se estaba haciendo parte de su medio original.
Antes era duro, ahora es agua.
Ahora es parte de mí.
De todos los que nos bañemos en Guayedra, en esa hermosa y peligrosa playa.
La roca seguiría estando allí pero si bien con memoria, ahora ausente de vida.
Todo volvió a la calma, el viento, el mar…
Yo aprendí una gran lección.
El día siguiente en Guayedra fue precioso, la roca seguía allí, el amanecer nos sorprendió con primero nubes y luego un calor que abrasaba para luego volver a esconderse el sol.
Para Coblenza, con mucho cariño.