… con Ángeles.
Me había citado con ella precisamente por la misma zona donde tenía que terminar tres rutas de encuestas, llegué a la hora acordada y a la dirección que me había mandado por mail y me llevé toda una sorpresa cuando la vi.
Primero me esperaba a un hombre por el pseudónimo que utilizaba: Amagro, una de las montañas que están entre Gáldar y Agaete, pero la sorpresa fue mayúscula cuando me encontré con una mujer de 79 años aún coqueta y muy bien vestida.
Me ofreció un café que decliné a favor de una infusión, le expliqué que el café a ciertas horas de la tarde ya no me dejaría dormir hasta bien entrada la madrugada, insistió con un café que ella tenía para los momentos especiales como el que se estaba llevando a cabo.
No tuve más remedio que aceptar, ahora están las consecuencias, me cuesta dormir.
Comenzó hablándome de los beneficios del café que había traido de Colombia, era uno realmente diferente – me dio un paquete – se lo agradecí enormemente.
Le pregunté que cómo había dado conmigo.
– Por tu blog, mi niño, ¿Te extraña que una mujer de mi edad esté con los ordenadores e internet?
– Realmente sí, me sorprende agradablemente puesto que no es muy usual.
– Sé que no lo es pero ya sabes que la juventud se lleva por dentro y no me da la gana de ponerme vieja.
Cada palabra que me decía la acompañaba de una sonrisa de dientes intactos y completamente blancos que recordaban que fue una mujer hace años realmente atractiva.
Su salón estaba adornado con muebles antiguos y sobrecargados, estatuas de bailarinas, como esas eternas que te encuentras cuando vas a vivir a una casa y como no molestan te las quedas. Algunos cuadros con retratos suyos pintados donde se apreciaba a una mujer realmente hermosa, una pequeña televisión, estanterías con muchos libros – muchos de ellos de viajes – y fotos de familiares.
Me estuvo hablando de su divorcio en 1972, de sus seis hijos, y de cómo su marido no la dejaba progresar en su vida, no la dejaba dar clases y sus contínuos engaños. Lo más importante, que desde que se divorció comenzó a vivir.
– Mi marido era muy machista, no me dejaba hacer nada, hacía y deshacía todo en casa, mandó a mi hijo el mayor, engañándome, a Alemania a estudiar diciendo que se iba con un tio suyo, mi ex marido era alemán, llamé al consulado viendo que no tenía yo a mi niño, pero él lo volvió a mandar de nuevo y mi niño regresó con un trastorno bipolar.
– Vaya…
– Sí, además quería mandar a mi otra hija y me opuse fuertemente, mi hijo menor «cartuchito» es el que me suele visitar más a menudo.
Me fijé que algunas de las cosas me las repetía varias veces en lo que interpreté como un fallo en su memoria, a pesar de que me dio datos y fechas de todo lo que me decía.
– ¿Porqué motivo quiso quedar conmigo?
Me dijo que mirase atentamente hacia la pared, apagó las luces y contemplé asombrado cómo todas las paredes estaban cubiertas de las señales. Todas tenían un color verde brillante, como fluorescentes pequeños encendidos.
Agaché la cabeza, consternado, encendió una pequeña lámpara y me insistió para que bebiese algo más de café.
Las emes parecían más brillantes que nunca, unas pequeñas, otras más grandes. Unas superpuestas sobre otras.
Veía a Ángeles mientras me sonreía de una forma un tanto extraña como si supiese a cada momento qué estaba pasando por mi cabeza, qué me ocurría.
– Mira tu taza de café, termínate lo que te queda.
– Sí… señora…
Los párpados me comenzaron a pesar, sentí un mareo y la pared comenzó a fundir colores como un inmenso caleidoscopio de formas hermosas, brillantes. Muy lentamente le pregunté que qué me había dado, qué me estaba pasando.
– No te preocupes, déjate llevar, ábrete paso entre los márgenes de tu imaginación, no te resistas, simplemente observa más allá de tus prejuicios, de tu mente, de tu vida.
Me sentí mareado, me dolía algo la barriga y casi estaba sin voluntad.
– Me siento muy mal, tengo ganas de vomitar…
– No te preocupes, tu cuerpo no está acostumbrado a observar las cosas desde otro punto de vista, pero no estás mal, no dejes que te atrapen los miedos, el miedo no existe, mira las paredes como si no estuvieran, mira las emes, las señales como si no hubiese límites en las paredes.
Me comenzó a picar el cuerpo de forma brutal, la frente, donde la dermatitis me ha ido remitiendo me comenzó a picar como nunca, todo mi cuerpo estaba teniendo reacciones como las que recordaba mientras tomaba mis drogas.
Me vinieron a la mente dolores antiguos, viejos, heridas no cerradas completamente.
Papá me estaba insultando, una caja se abría con la llave correcta, mamá consentía que me insultase, miedos a abrir la caja, mis hermanos llorando, la caja se abre poco a poco, miedo a que papá abriese la puerta para seguir insultándome, la caja más abierta, tres niños aterrorizados corriendo alrededor de una mesa redonda para que papá no nos cogiese, la caja abierta completamente.
– Si tienes que llorar, llora.
Escuchaba las palabras de Ángeles a lo lejos, como si me hablara desde una radio que no cogía una frecuencia muy claramente.
La caja estaba abierta y vi a mamá llorando cuando viví en la Calle Alemania mientras mientras papá discutía muy duramente con ella.
Me vi de mayor ayudando a los enfermeros a drogar a papá para que se lo llevasen y dejase de beber como nos – me – habían aconsejado los de Alcohólicos Anónimos.
Mamá estaba llorando amargamente y mi corazón latía demasiado rápido para un niño de quince años.
Se había abierto la Caja de Pandora de mi alma, salieron todos los miedos, los Miedos, los Miedos…
– Es el Miedo, helio, es el Miedo…
Mi hermano casi muere ahogado en la piscina teniendo pocos años, mi hermano casi muere ahogado en el mar algunos años después, mi hermano está muriendo ahogado por el alcohol.
Mi hermana ha estado buscando padres por novios.
Se desataron mis recuerdos oscuros.
Las paredes de la habitación desaparecieron y se nos abrió el cielo, como si el tiempo no obedeciese a las normas, el sol se escondió y dieron paso las estrellas. Ángeles que era más pequeña que yo, apareció más gigante y familiar, su cara era la de las personas que me defraudaron y las que me quisieron.
Papá era denunciado por los vecinos por gritar a altas horas de la mañana.
Mi hermano tuvo que mantener a mi familia teniendo esa responsabilidad.
Yo no quería nada, quería hundirme entre las paredes de la habitación.
Quise buscar la iglesia de la paz en mi interior en ese momento, quería refugiarme como había hecho ayer en la catedral, pero no podía encontrar salida al terror que estaba sintiendo.
Mamá sólo lloraba y era inutilizada por un marido posesivo del que sólo se lamentaba dejando a sus hijos de lado por Miedo.
Mi mano izquierda comenzó a dolerme como nunca y la miré horrorizado, una cicatriz oscura me apareció donde estaba la eme, como si me hubiesen puesto un sello de fuego quemando toda la piel.
Grité.
Grité como nunca.
Esa mujer me había hecho algo, algo tenía el café.
– Lo estás haciendo bien, deja que salga todo… La escuchaba desde detrás de mí, como si me hablase a un oido, pero no estaba. – Deja que te salga todo, mira en este espejo.
La imagen que me devolvió el espejo era la mía pero mis rasgos cambiaban, se volvían difusos un momento luego, comenzaron a cambiar, la barba me resultaba familiar, el pelo, los ojos, era mi hermano.
Cambió la cara de nuevo, se fundió con los ojos claros de mi madre, su pequeña nariz y pelo rizado.
Cambió a la cara de mi hermana mezclándose su boca con la mía, su dolor con el mío, finalmente, mi padre y yo nos fundimos en los mismos rasgos, los mismos ojos, pero en este caso hubo algo más, teníamos los mismos pensamientos, los mismos prejuicios y miedos.
Me asaltaron mil imágenes de mi niñez donde me movía por el mundo siendo otro Heliodoro que no era yo, era mi padre, lo que él quería de mí, cómo quería que me comportase. Exigía lo que él quería, me dolía lo que él quería que me doliese.
Una eme se fundió entre nuestras caras en el espejo, las puntas superiores eran mis ojos, bajaba por la nariz, y cruzaban los dos palos mayores por mis mejillas.
La cara de mi padre se resistía a salir de la mía, seguía atrapada, no quería devolver mi cara, pasaron las de mi madre, mi hermano, mi hermana, pero la suya no quería abandonarme.
– ¡Vete! ¡Abandóname! Le gritaba sin parar.
La misma boca nos gritaba a él, a mí, los mismos labios se movían cuando nos pedía que nos abandonase. Rompí a llorar.
Me di cuenta que estaba ya en la habitación, los recuerdos ya no eran el presente, seguía sentado en el sofá. Las emes brillaban con fuerza, casi me cegaban.
– Enfréntate. Escuchaba la voz de la mujer ahora frente a mi.
En el espejo había la misma eme para los dos, mi padre y yo éramos uno.
Tiré el espejo contra el suelo.
Todo volvió a nuestro presente.
Ángeles seguía sentada en su sitio, yo había perdido bastante de mi cordura.
– ¿Ya lo sabes todo?
– Dios… sí…
Imagina todo eso multiplicado por miles, por años, por generaciones, todo vibrando en la tierra, en la ciudad, todo cayendo al imán de la tierra, donde todo se recoge, y donde todo es devuelto.
Imagina que la tierra recoge lo que somos y lo que le hacemos, la tierra está enferma, y los primeros síntomas son los que has estado viendo, los que hemos visto en estos días, como manifestaciones de un virus.
El cambio empieza por uno mismo, Helio, si uno cambia, comienza a transmitir la energía vital a la tierra, y ella nos devuelve todo lo hermoso que es.
– ¿Ya sabes qué son las emes?
– Sí… Aún me encontrada turbado por todo lo sucedido.
– Para que algo cambie, algo tiene que romperse. Algunas personas hemos quedado el sábado por la noche en la Fuente Luminosa para hacer nuestro acto de valentía, nuestro acto de revolución, ven y verás que algo sucederá.
Quedé con ella y todos para el sábado a las nueve de la noche. Me despedí de Ángeles sabiendo que sólo la vería el sábado y nunca más, que su camino ya no la ataba por este medio del Atlántico.
Mientras caminaba desde Escaleritas hasta casa, vi las emes, pero con la palabra completa que hasta ahora me permanecía oculta.
Miedo.