... ¿Cuáles son las otras flores?
La música, la poesía, y lo que tú sueñes.
Esa era la introducción mientras sonaba el «manah manah».
Luego, una vez terminada la entradilla cambiábamos a Loreena Mckennitt dándole a todo un aspecto más místico.
El programa era sencillo, recitaba poemas de autores canarios, decía alguna frase y dejaba entrar a llamadas si recitaban también poemas de propia creación.
La primera vez que hice el programa aún lo recuerdo, la primera canción que puse fue «Fortuna Imperatrix Mundi» del «Carmina Burana» de Carl Orff.
Quería comenzar con buen pie, de forma tragicómica, pero con rotundidad.
Fue una primera hora tranquila, de la que serían las semanas posteriores en la Radio Local de Agaete.
Recitar poemas mientras escuchaba esa maravillosa voz me llevaba a otros mundos, a un universo paralelo, tanto allá fuera en las estrellas como dentro de mí.
Pero ya sabes, siempre que algo sensible se introduce en mi alma, comienza la catarsis, El Todo se conjura para demostrarme una vez más que existe.
En aquel tiempo de ilusiones y de esperanzas Agaete se antojaba limitado pero enorme.
Llamé a Jorge y a Pepe, para ponerles la primera grabación de mi primer programa.
Lo escuchamos atentos con la certeza de que estábamos haciendo algo histórico.
Tanto aquel día como hoy, mientras escribo esto volví a escuchar la voz femenina que a todos nos puso la piel de gallina.
Amarás tanto, odiarás tanto.
Ese primer programa era grabado, no tenía sentido alguno que una voz se registrase y aún menos con aquella cadencia y forma, con la intención de futuro.
Justo a la mitad de la grabación, tampoco era grabado encima desde nuestro reproductor casero, no, esa voz formaba parte del sonido.
Nos miramos los tres sin dar crédito a lo que escuchábamos. Aún hoy día esa voz, cuando la escucho en mi primer programa para traerme nostálgicos recuerdos me lleva a días confusos, días revueltos.
La semana pasaba tranquila y me sabía ilusionado mirando a las caras de la gente del pueblillo con la idea de que supiesen que Era Yo la voz que les había deleitado aquel viernes por la tarde.
Amarás tanto, odiarás tanto.
Esa voz me estuvo dando vueltas en mis paseos nocturnos pensando en su significado en si quería pronosticarme algo.
Los días transcurrían normales, iba al instituto, a Las Charlas de Lo Oculto, pero poco más, mis relaciones esporádicas y siempre en mi mundo particular.
Siguiente semana. Hice una buena selección de poetas de Agaete o que tuvieron algo que ver con él.
El mar, siempre presente en las olas de las letras.
Estuve más que atento durante toda la hora del programa a cada una de las notas y palabras que sonaban. Quería saber en qué momento podía haberse colado la voz.
Todo iba por un cauce normal.
Se sucedían las pocas llamadas para recitar los que adornaban el programa haciéndolo menos «yo» y más «nosotros».
Esos momentos eran de mayor felicidad.
Escuché el programa cuando llegué a mi casa grabado en una cinta.
Amarás tanto, odiarás tanto.
Siempre.
Esta vez la voz de esa misma forma dulce y cadenciosa se introducía con una nueva palabra… «Siempre».
Llamé al técnico de sonido para preguntarle si había notado que alguna voz se colaba, claramente me dijo que no.
Me intrigaba esa seguridad, esa forma tan clara de pretender saber lo que haría en mi vida.
Durante los paseos nocturnos por la Avenida de Los Poetas trataba de relajarme del ambiente familiar opresivo de gritos, desagravios…
Amarás tanto, odiarás tanto.
Siempre.
Me estaba viendo envuelto en otro mundo, en otra forma de vivir de mirar las cosas.
Quizás por eso también me pasaba lo que me pasaba.
Uno no puede abrir puertas y no pretender que no entre ni salga nada de ellas.
«Las otras flores» me daban vueltas en la cabeza, el programa que había empezado a realizar como parte importante de mi vida se estaba comenzando a convertir en una pequeña obsesión un nuevo Leit motiv mental que me horadaba el sentir.
Los días pasan inexorables y las nubes se apuran rápidas para dar paso a nuevas formas que conforman mis gotas de sal.
Es una de las ventajas de estar vivos, que uno puede buscar formas en las nubes y hacer canciones.
Aquella voz sin rostro me tenía perturbado, era yo un joven romántico, lector de Becqer de sus verdes y grises poemas.
Me tenía prendada la historia de la voz que cobra vida en forma humana para amarme y rescatarme de aquel mundo de paredes puntiagudas y sin salida.
Viernes.
Esta vez «Las Otras Flores» estarían dedicados a los poemas sociales, Beltor Brecht tuvo el protagonismo necesario.
Todos los poemas los iba combinando con música bien alusiva a los poemas, bien todo lo contrario, tenía claro que quería crear el contraste necesario para hacer chocar los oídos entre sí.
Unas veces de artistas de Canarias, otras de todo el mundo.
Pero siempre buscaba lo que mejor me hiciera sentir.
Esta vez hice el programa con cierta desazón pero con anhelo, una mezcla rara de sensaciones. En esa medida, el programa era cada vez más escuchado.
De nuevo la voz cuando lo escuché en mi casa.
Amarás tanto, odiarás tanto.
Siempre.
Búscame.
Ahora se dirigía a mí en tiempo presente, quería que la buscase, pero ¿A quién? ¿Cómo?
No tenía claro nada, esta vez no le dije nada a mis amigos, sabían de mi extraño contacto con la irrealidad y en esos casos de ofuscación mejor dejarme con las mías y mis propias ensoñaciones.
Por aquellos tiempos volví a escuchar «Espacio en blanco» en las noches de huida y recogimiento hablaron de las psicofonías.
Esas voces que se recogen sin saber porqué respondiendo a veces a unas preguntas y otras veces invaden las grabaciones para abrirse al – quizás – mundo de los vivos a los que quieren ponerse en contacto y los anhelan.
Quizás la pista estaba ahí, en el Otro Lado.
Amarás tanto, odiarás tanto.
Siempre.
Búscame.
Alguien pedía que la buscase, alguien decretaba sobre mi futuro.
Llegó el viernes a la hora de prevista.
«Las otras flores» no se hacían de rogar, eran puntuales. Y empezaron.
Cerré los ojos después del segundo poema dejándome invadir por la música de Enya, me recosté en el cómodo sofá, cerré los ojos y me transporté a un universo en espiral, me veía a mí mismo sentado pero elevándome hacia otro lugar, un sitio brillante, lleno de formas confusas. Luces esporádicas, subí por encima del techo del edificio de la radio como tirado por algo que no me permitía ni tan siquiera moverme.
La sensación de que alguien desde mi ombligo me obligaba a subir como por una cuerda resistente, de color plateado.
Sentía como mis tripas eran empujadas hacia arriba.
La música de Enya me seguía envolviendo.
Una figura un tanto borrosa de una mujer de enormes ojos oscuros y pelo azabache me habló.
No recuerdo aún hoy día todo lo que me dijo.
Pero sí sus palabras.
Amarás tanto, odiarás tanto.
Siempre.
Búscame.
(Fin de la primera parte)