… el camino hacia la iglesia me resultó tortuoso, la ciudad me obligaba a volver a mi pasado, a recrearme en la porquería que había sido mi infancia.
Papá daba gritos en la madrugada diciendo que nos pegaría a mí y a mamá.
Mamá vino a mi habitación a dormir para poder estar a salvo ya que yo tenía una llave para encerrarme y evitar el terror.
Mi padre daba golpes en la puerta queriendo entrar, y yo temblaba de miedo, aún los golpes de mi padre me hacían daño, aún mi padre era un gigante que lo podía todo.
Me castigaba sin sentido con no ir al cine, con no salir, no había motivos. Sólo el alcohol y la frustración de sus ilusiones no cumplidas.
Papá se convirtió a lo largo de mi infancia y de mi pubertad, de un héroe a un demonio que me descalificó, insultó, golpeó sin razón.
Durante mi pubertad crecí con gritos, odios, frustración, suspensos.
Castigos.
Dolor, mucho dolor.
Quedaba poco para llegar a la catedral y sentir alivio de la pesadez de la ciudad que saboteaba mi alma.
Mientras, mi mente continuaba recreándose en las pesadillas que viví durante cinco años seguidos, viví con la luz y la sombra de un hombre que tenía que haber cuidado de la integridad de tres niños asustados.
Viví con miedo durante la parte en la que tenía que crecer saludablemente.
Pisé lentamente los primeros escalones de la iglesia, sentí el cansancio de toda mi vida sobre mi espalda, apenas podía sostener mis piernas y me senté casi derrumbándome sobre el Refugio Sagrado.
Mis pensamientos volvieron a la calma poco a poco, mi padre quedó en una difusa sombra que se alejaba, respiraba con calma y me llené de paz.
Apenas quedaba una hora para el suceso.
Me bastaron diez minutos para reponerme. La calle vibraba de dolor, y repentinamente entendí una parte de la solución, todo cabía si llegábamos a la conclusión de dos palabras, dos palabras que asimiladas curarían todos los problemas de la ciudad y de las personas que la habitan.
Hoy en televisión dieron más hipótesis de lo que pasó en toda España el sábado por la noche, las noticias regionales acusaban a grupos de extrema izquierda y valoraban el coste del que llamaban desastre.
Hicieron encuestas en la televisión regional, no hubo muchas personas que condenaran el acto, incluso muchos comentaristas estaban de acuerdo conque fue una lección que llamaba la atención de todas las personas, acerca del dinero bien empleado, acerca de las señales que nos hacían falta para aprender.
Hoy me llegó un mail desde Málaga comentandome que allí las veían, miles de emes mayúsculas reptaban por las paredes y se arrastraban por el suelo, pero cada ciudad tuvo un desenlace diferente que tenían en común: el fuego.
Las noticias dieron miles de teorías, pero el efecto estaba conseguido, todo se había transformado, la ciudad volvía poco a poco a la calma.
El Miedo iba desapareciendo.
El golpe de efecto que vi el sábado noche dio lugar a la esperanza.
Cada vez más había tranquilidad en las calles, no quisieron recuperar lo que se quemó, eso sirvió para que – en parte – todo volviese al sosiego.
La ciudad respiraba con mayor tranquilidad.
Llegué puntual, las nueve de la noche, Beethoven comenzaba su 9ª sinfonía y todos los cientos de años que sumaban los mayores, los jóvenes, los viejos, los niños, miraban extrañados a un pequeño grupo de personas mayores que rodeaba la Bandera que el Cabildo de Gran Canaria había puesto gastándose 120.000 euros.
Eran Ángeles, Antigua, todos los que conocí en Agaete, rodeando el mástil de La Bandera.
Muchos consideraron que no tenía sentido poner esa bandera ahí, fue portada de la prensa de toda Canarias, unos hablaban de soberbia desmedida, otros, de gasto inútil.
Los que más, el símbolo de desunión más grande que se había puesto en una ciudad.
El símbolo del odio entre países.
El símbolo de las guerras.
El motivo para intoxicar a una tierra.
Donde todas las personas se miraban avergonzados.
El motivo para recordar traumas viejos.
El motivo para vertir sobre la tierra mayores traumas.
No me podía creer lo que estaba viendo, no podía creer lo que sucedía, el silencio más absoluto.
Comencé a sentir el cansancio de la tarde, me llenaba de traumas viejos de nuevo, pero la espectación, el asombro ante lo que estaba mirando podía más.
El odio se resistía a irse.
Las emes mayúsculas rodeaban la bandera, desde el mástil hasta la gran tela.
El suelo desprendía un olor horrible, como a cientos de gatos muertos.
Sacaron de la furgoneta, donde estaban las ámplias columnas con la 9ª Sinfonía sonando, un aparato con forma de pequeña catapulta, un extraño invento que no supe para qué lo querrían allí.
Ángeles me miraba con un entusiasmo en los ojos que la llenaba de felicidad.
Gritó a todo el mundo.
– ¡Que el Miedo se convierta en aMor!¡Las enferMedades en salud! ¡El rencor en perdón! ¡Para que algo nazca algo tiene que morir! ¡Los grandes sucesos dan paso a los grandes cambios!
Los que allí estábamos observamos cómo desde la catapulta salían proyectadas por los aires en dirección a la bandera varias bolas de fuego que impactaron de lleno.
No me lo podía creer, el atrevimiento era máximo, todos los que rodeaban el mástil de la bandera sumaban cientos de años entre sí y saltaban y reían como niños que habían cometido una gamberrada inocente.
La Bandera ardía y todos la mirábamos haciéndonos una visera con las manos para poderla mirar directamente, Beethoven entraba en su último movimiento haciéndonos sentir grandes y orgullosos.
El fuego comenzó a descender por el mástil, todos se retiraron unos metros, todos los adorables ancianos comenzaron a entonar, como en una canción, las frases que luego eran repetidas por todos los que allí estábamos.
– ¡Que el Miedo se convierta en aMor!¡Las enferMedades en salud! ¡El rencor en perdón! ¡Para que algo nazca algo tiene que morir! ¡Los grandes sucesos dan paso a los grandes cambios!
Supe que las dos palabras que me ayudarían a vivir mejor, que ayudarían a curar esta ciudad eran el aMor y el perdón.
Me perdoné por todo lo que fui, perdondé a mi padre a pesar de que sabía que tenía que seguir mirando en mis adentros para resolver todo lo que de mí se conforma.
Amar y perdonar, así toda la ciudad volvería a la normalidad.
Se acercaban sirenas hacia donde estábamos, la policía estaba cada vez más cerca.
La gran bandera que ardía de arriba a abajo comenzó a caer, vimos hacia el lado en el que caía y nos retiramos prudentemente.
La Fuente Luminosa que acogía ese despilfarro económico se volvía de un color y una luz casi espectrales, las palmeras por la luz que les llegaba tenían curiosas sombras y luces.
Emes que se iban apagando.
El dolor de mi mano se hacía más fuerte, una eme negra quedaba impresa a fuego.
Me arrodillé dando un grito mientras me agarraba la mano que quería arrancarme como fuera, no podía soportar el dolor.
Las emes mayúsculas iban desapareciendo, evaporándose, las palabras Miedo que se superponían unas sobre otras formándose con la misma eme iban desapareciendo.
El Miedo conformaba la ciudad.
El Miedo hacía que todo se tornase infeliz.
El Miedo provoca desconfianza y no permite que crezcamos como seres humanos.
La bandera seguía ardiendo con menos fuerza.
Todo se quedó en silencio, Beethoven dejó de dirigir a su orquesta.
Las paredes iban limpiándose de emes mayúsculas, desaparecían, caían hacia las alcantarillas o se retiraban cada vez más lejos.
El dolor de Mi Mano coMenzó a reMitir.
Las Palmas se despertaba de un sueño inaudito.
Ángela y los suyos se habían marchado.
La policía junto a los bomberos llegó demasiado tarde, casi no quedaba nada de La Bandera.
Nadie sabía nada, me mezclé entre la multitud para pasar desapercibido.
Me miraba la mano, una eme negra como una cicatriz seguía ahí.
El gran cambio se había producido.
Para que algo muera, algo tiene que nacer.
Murió la soberbia de una bandera.
Se produjo la catarsis en las personas, en la ciudad.
Sentía un aura de amor y comprensión en todas las personas que allí estábamos aún asombrados y en silencio, mientras, los bomberos apagaban los restos del fuego tirados por todo el pequeño parque de La Fuente Luminosa.
Fue todo muy hermoso.
Vi las caras de felicidad en todas las personas.
Hoy día ya salgo a la calle con mayor tranquilidad, la gente me abre las puertas para hacer encuestas con menos reparos, notaba que la fraternidad iba llegando poco a poco, pero que aún quedaba mucho para que la ciudad sanase completamente.
Ahora mientras escribo esto estoy más reconciliado conmigo mismo, con mi padre, con mis miserias, con la certeza absoluta de que he iniciado un proceso interno hasta la curación de mis heridas.
Sigo viviendo, todo lo que observé, lo que aprendí en todos estos días me hicieron pensar en la responsabilidad que tenemos cada una de las personas con el medio que nos rodea.
Con nuestro espacio interno, con nuestro espacio externo.
Me miro la mano asombrado, aún está la cicatriz, pero claro, es el tiempo el que limpia.
Cuando regresé de mi paseo nocturno vi emes mayúsculas de nuevo.
Pero esta vez sonreía.
La palabra era diferente.
No era como hace unos días que todo estaba lleno de palabras pequeñas y grandes, con emes destacadas en medio de la palabra Miedo.
No, ahora no.
Ahora había pocas palabras repetidas por la ciudad que destacaban esa eme, pero la podía leer claramente:
A M o r.