… caí como empujado por la parte inferior de la espalda, de forma violenta, con sus palabras sonando en mi mente como ruidos lejanos de los que uno no se acuerda después de levantarse de un sueño agitado.
Recuerdo algo de su cara, su boca, nariz, pelo largo y ojos profundos…
Su voz dulce y profunda.
Los perfiles de su cuerpo.
El técnico de sonido, Rogelio, me llamó por comunicación interna porque la canción había terminado y teníamos que entrar de nuevo al siguiente poema para continuar con el programa.
Me dieron náuseas, me incorporé a la realidad de forma abrupta, como recién bajado de una noria muy larga y sinuosa.
Como pude continué con el programa, con la sensación de irrealidad que hasta hoy día me llega después de que la meta realidad me invada.
Recuerdo esos días confusos, con mis paseos por Las Nieves, intentando aquietar mi mente, pensando si quizás me estaba volviendo loco o que la vida me estaba golpeando más de lo que me había golpeado ya y por eso me trastornaba hasta el punto de empezar a enajenarme demasiado.
Amarás tanto.
Odiarás tanto.
Siempre.
¿Quién es? ¿De qué me conoce?
La realidad, cuando cae con todo su peso no distingue entre hierbas y elefantes, entre cambios de ríos, entre risas y fiestas. Simplemente se apura dura sobre la faz de mi vida.
A veces me abre heridas, a veces me mata los muertos, otras, me los revive.
Esa fue una época confusa en mi vida todo lo empezaba a intuir diferente, aún no tenía claro el cómo pero sabía que había una pequeña luz que me indicaba algunos caminos más o menos tortuosos.
Amar se me antojaba difícil, no sabía amarme a mí mismo, simplemente reaccionaba ante los estímulos externos, como las amebas fuentes de placer, fuentes de dolor.
Me alejo o me acerco.
Los días pasaban presurosos y los comencé a notar tibios ante la llegada de «Las otras flores». Recuerdo esos días duros, omniscientemente duros. Mi único refugio, el interior de mi alma que por aquel tiempo era cuadrada y puntiaguda.
Sin querer por las noches, antes de dormir, antes de conocer el Reiki ya me llevaba las manos al pecho en un intento de consolar lo deprisa de mis latidos.
Alguna parada por la calle esporádica felicitándome por el programa, incluso, gente animándose a que lea sus poemas en directo sin atreverse ellos a hacerlo. Había abierto en el programa una sección para que todas aquellas personas que lo quisieran mandasen los poemas por correo (Qué tiempos aquellos de no conocer el E-mail) Algunos me llegaban, otros, me los daban directamente al conocer mis paseos.
A veces incluso sentía que mi vida estaba cogiendo algo de sentido.
Pero el sentido de la vida no se coge y se adviene de repente, no, vivir es un sentido por sí mismo. Quizás el sentido de la vida está en no parar de vivir. Es fluido, no es constante, es agua, no es roca.
Vivir es como el aire.
Imprevisible.
Creo que en esa época escribí como cien poemas que aún guardo en alguna carpeta. Un día les contaré cómo algunos de esos poemas eran auténticas declaraciones de futuro. Auténticas precogniciones.
Viernes, Las otras flores.
La sintonía se hacía un hueco entre las ondas de espectro del ruido silencioso.
Como siempre, mi entrada.
Las otras flores.
¿Cuáles son las otras flores?
La música, la poesía, y lo que tú sueñes.
Decidí hacer el programa entero dedicado a todas las poesías que me habían dado todo aquel que se me acercó durante las últimas semanas combinándolo con la música que en ese momento escuchaba. Toda la discografía de vinilo de mi padre de los años sesenta y setenta.
Siempre de fondo en la lectura de los poemas Enya o Lorena Mckennitt para fundirse en la siguiente canción. Y así sucesivamente en lo que duraba la hora del programa.
Versos evocadores, amor, desamor, inquietud, las montañas del pueblillo, eran los temas que se iban alternando mientras los recitaba con la menos miedosa voz de mi registro.
Un poema se había colado en la libreta donde había colocado el resto para leerlos en orden en relación con la música.
Un poema del que nunca entendí su procedencia a pesar de estar escrito con mi puño y letra.
Nunca antes lo había escrito, no lo recuerdo así.
Comencé a leerlo con la cadencia adecuada.
El técnico, Rogelio me miraba con su inocencia siempre guardada en su alma, asombrado.
Amarás tanto.
Odiarás tanto.
Siempre…
Cerré los ojos, el universo comenzaba a darme golpes.
Continué recitando.
Morirás y vivirás.
Te lamerás las heridas.
La sensación de que alguien me agarraba de nuevo desde el pecho fue dolorosa, el viaje hacia la otra realidad comenzó a efectuarse.
Dañarás, soñarás.
Mírate y me verás.
Acaríciate y me sentirás.
Sentí cómo mi voz cambiaba de timbre, de modulación, mientras veía mi cuerpo hablando con los ojos cerrados hacia el micro, a cada vez más centímetros debajo de mí.
Veces serás fuego, veces agua.
Veces sólo tu, y también yo.
Sólo con los ojos a través del espejo.
Mi cuerpo mi otro cuerpo era presa de miles de sensaciones placenteras. Mientras miraba al cielo el cuerpo ascendía, si me miraba en el estudio mi cuerpo bajaba.
Quise seguir subiendo.
Cambiarás, te odiarán, volverás atrás, adelante.
Amarás tanto.
Odiarás tanto.
Siempre.
Aquellos ojos oscuros me veían en medio de una luz como nunca antes sentí, no me molestaban, brillaban pero no hasta el punto de dañar.
Me fijé que su cara de rasgos finos, hermosos, recitaba a la par que mi voz.
Descubre que dentro de ti también estoy yo.
Descubre todo lo cubierto.
No todo es real.
Los sentidos te engañan.
– ¿Quién eres?
– La parte que te falta.
– ¿Qué me falta?
– Lo que buscas.
– ¿Qué busco?
– Lo que acabas de encontrar.
Amarás tanto.
Odiarás tanto.
Siempre.
Nos besamos, el tacto de sus labios era suave, casi etéreo, como su sustancia.
Nos abrazamos.
Me dejé inundar por todo lo femenino, por la parte sensible, intuitiva, amorosa.
Era parte de Las otras flores.
Ella era Otra Flor.
Todo su ser me fue invadiendo, me fue penetrando su piel en la mía, su pecho en el mío. Me estaba fundiendo en Lo Femenino.
No quedó más que el beso en mis labios de lo que era su cuerpo.
Comencé a temblar, algo me estaba agarrando a mis espaldas y empujaba con fuerza pero no quería irme, quería seguir allí en esa sensación de ingravidez que pocas veces más en mi vida he sentido.
Sentí que caía.
Di un grito de desesperación preguntando dónde estaba Ella.
Amarás tanto.
Odiarás tanto.
Siempre.
Me repetía nuestras voces.
Abrí los ojos, la centralita se había colapsado a llamadas preguntando que quién era la mujer que hablaba conmigo, que recitaba conmigo. Que porqué daba esos gritos.
Rogelio no tuvo más tiempo de coger tantas llamadas, me fijé que me miraba realmente asombrado.
Por comunicación interna me habló.
– ¿Estás bien?
– Sí, tranquilo.
– Pasé realmente miedo mientras te veía y cogía las llamadas. Algo extraño te pasaba mientras te veía, no quise ni acercarme, a veces eras tú al que veía, otras, parecías una mujer con el pelo largo, oscuro, unos ojos como nunca antes vi. Hubo incluso un momento en el que desapareciste y sólo estaba ella. Incluso tu voz cambiaba. De verdad que me aterrorizaste.
No le respondí. Terminé el programa sin responder a ninguna llamada.
Para ir por mi casa no pasé por el pueblo, me refugié en la oscuridad del barranco (El que una vez se tragó el agua del mar) deseoso de escuchar la grabación.
Aún la guardo, en este momento la escucho.
Aún escucho la respuesta a la pregunta que le hice.
Su voz se superponía a la mía.
Dos frases que no escuché durante todo el proceso.
– ¿Dónde estás? Se podía escuchar mi voz implorando.
Amarás tanto.
Odiarás tanto.
Siempre.
– ¿Dónde estás?
En ti.
Soy tu.
Un abrazo.