… pese a lo que pese.
Tampoco es que yo crea mucho en las maldiciones, pero hay veces en las que la razón duda y se impone la cruda realidad. Uno nunca, jamás, termina de conocerse.
Pero decir lo que uno piensa clara, secamente, tiene esos visos de invadir el derecho de la otra persona a no escuchar. Uno dice lo que piensa sin más y sin pedir permiso. ¿Es eso justo?
Pero si uno lo dice porque tiene la varita mágica del «yo sé» y va diciendo lo que piensa quizás no sea bien recibido. O se lleve unos guantazos.
Decir lo que uno piensa sin más, sin edulcorar, a las claras. «Te pasa esto por esto», «Eres así por lo otro», si a eso le añades un toque de intuición, de saber de los demás, de saber lo que piensan, uno puede llegar a ser despiadado.
«Luego te quejas de que no tienes amigos», «Luego te quejas de que todo te va mal», «Es que yo soy muy sincero».
Rechazos.
El universo se confabula y de nuevo, me maldice.
Así fue mi día de ayer.
Camino a Escaleritas cogí la guagua y vi a una chica gorda, lo pensé, sí, que estaba la mujer muy obesa. Se sentó a mi lado.
– Buf, está usted que la guagua tiene que cambiar las ruedas porque va a gastar las gomas de tanto rozarlas.
– ¿Cómo dice?
– No… nada, nada.
– ¡Grosero!
– ¡Tonina!
Dios, qué he dicho, ¿Porqué me han salido estas palabras de la boca?
Me enfrasqué en Aitor Piazzola en mi Mp3 y me puse a mirar a la ventana mientras notaba cómo los ojos de la mujer se me clavaban en la nuca.
Comencé a reírme, vi cómo una mujer caía en la calle cuando pisó una mierda de perro, iba cargada con varias bolsas de un super mercado, tropezó hacia adelante, se le escapa un zapato, mientras estiraba los brazos para protegerse la cara contra la caída no se dio cuenta de que justo a unos centímetros de su cabeza estaba una valla publicitaria, la valla golpeó irremediablemente la frente de la señora quedando en una posición donde sólo sostenía su cuerpo con su cabeza, reaccionó, quiso ponerse en pie pero reculó hacia atrás y varias de las bolsas que aún llevaba cargando en esos segundos le cayeron encima.
Comencé a dar unas carcajadas estruendosas, me salían las lágrimas de tanto reírme, tenía esa sensación extraña de que uno no puede parar a pesar de que todo el mundo me miraba.
Logré tranquilizarme con un pequeño «ji ji» casi inaudible.
Llego a mi parada. Estaba de buen humor.
– ¡Hola guapa! Le dije a una chica de apenas unos 25 años que bajaba delante de mí. Me miró sorprendida por la sinceridad espontánea pero me sonrió amablemente.
– A ver si echamos un polvo. Le dije y al momento me tapé la boca con las manos como si no hubiese sido yo el que pronunciase esas palabras y sí un espíritu que me había poseído.
– Vete a la mierda.
¿Pero qué coño dije?
Me apuré rápido hacia la zona donde iba a empezar la ruta del cuestionario que tocaba por hoy.
Encuestas sobre cultura, a ver qué tal me respondían.
Toco en una puerta.
– No te puedo atender.
Cojones, no empiezo bien.
Unas cuantas puertas más así, comencé a ponerme de mal humor. Todo se me nota en la cara, así que si me encontraba de esa forma, peor se me iba a poner hacer encuestas ya que no se puede transmitir mal rollo.
Otra puerta, espero pacientemente.
– Ahora no puedo, mi niño. Me dice una vieja de setenta años.
– Pues váyase a cagar, que tiene cara de estreñida.
Me dio un portazo muy fuerte.
Algo me está pasando, no controlo lo que digo aunque se me pase por la cabeza, es como tener gases y no poder controlarse, estar todo el día expeliendo sin poder controlar en sitios públicos.
Tengo una especie de ataque de sinceridad espontánea.
Otra puerta.
– Ah, hola, sí, venga, te respondo rápido.
– ¿Conoce la Macaronesia?
– Pues no, realmente no.
– Qué ignorante es usted. Me llevé las manos a la boca en un gesto como de mitigar un dolor de tripas repentino.
– ¿Cómo dices?
– Perdone, perdone, no sé qué me pasa, sólo que usted no conoce la Macaronesia y por eso es usted tremendamente ignorante… Perdone, perdone.
– ¡Fuera de aquí! Me gritó realmente enfadado.
Agaché la cabeza como rendido ante los acontecimientos y me empeciné en seguir trabajando, tenía que terminar la ruta cuanto antes para seguir mañana por otra zona.
– Joder, joder y más joder. Comencé a decir en voz alta. Me agarraba la boca, me estuve metiendo los dedos dentro y palpándome la garganta hasta hacer arcadas.
Lo hice de forma compulsiva, como queriéndome quitar algo dentro de la garganta que me estaba haciendo ser sincero por compulsión.
Se abrió el ascensor, un hombre de unos cuarenta años me vio metiéndome los dedos en la boca. Se me quedó mirando extrañado.
– ¿Te pasa algo?
– Y a ujte qjue cojones lej impojta. Me quité los dedos de la boca.
– ¿Cómo dices?
– ¿Qué coño le importa?
Esta vez no fue un impulso incontrolable.
– Desagradecido.
Entró en su casa, vaya mierda, era un perfil que buscaba para la encuesta.
Salgo del edificio, una chica realmente fea entra en lo que yo salgo.
– Fea que eres, mi niña.
– Tu puta madre.
Seguí caminando resignado.
No quería pensar en nada, ni mirar a nadie para que no se me escapase cualquier pensamiento sincero.
Sigo de mal humor.
Un hombre con una cabeza como la de los «Papahuevos» de Agaete.
– Fuerte cabeza cristiano.
– ¿Cómo?
– Que usted parece una pe mayúscula. Parecía no ser dueño de mi boca, todas las palabras salían sin control, sin que yo pudiese poner más remedio.
El hombre hizo amago de ir a pegarme, eché a correr.
– ¡Me cago en tu puta madre! ¡Ya te cogeré, hijo de la gran puta!
– ¡Cállese chincheta!. Corrí velozmente mientras me ahogaba en una extraña sensación de risas y miedo.
Llegué a casa, me llaman por teléfono.
– ¿Helio?
– Sí, dime.
– ¿Quedamos para salir?
– Sí, ¿Para que me cuentes tus penas y me llores como siempre? tía, es que no cambias, siempre con la misma cantinela de llorar y lamentarte por tu vida, porque aquel no te quiere, cambia ya, cojones, espabila, píntate, ponte guapa y fóllate al primero que pase por la calle dándote el gusto.
– Joder, Helio, cómo te pasas, no sé porqué me hablas así.
– Porque estoy de mal humor, porque me cansas, porque muchas veces te escucho sin ganas y no me haces ni puto caso a lo que te digo, ese tío no te quiere, pasa de ti y se está follando a toda la que pase, así que espabila, simplona.
La escuché llorar, pero ya no podía hacer otra cosa.
– ¿Porqué me haces esto?
– Lo siento, no sé qué me pasa, estoy raro, mejor dejamos de hablar.
Le colgué el teléfono, no se me apetecía salir con alguien que me iba a estar llorando toda la noche contándome sus grandes males.
Soy presa de una extraña maldición, no puedo seguir siendo tan sincero y cruel con los demás, no puedo ser completamente sincero y decir lo que pienso sin más.
Me tocan en la puerta, otra vez los testigos de Jehová, no los dejé ni abrir la boca.
– ¡Váyanse a la mierda!
Les cerré la puerta, creo que esta vez me dejarán como perdido sin remisión.
Otra vez a hacer de comer, esta vez un pulpo en salsa que me quedó tremendamente delicioso.
Llamada de teléfono, espero que no sea otra vez la simplona.
– ¿Sí?
– Helio, salimos esta noche, anímate, tengo la bebida.
– Vale, de acuerdo, pero estoy raro, te lo advierto, estoy bastante raro.
– Anda ya, anímate, salimos y nos divertimos un rato, ya son las Fiestas de La Atalaya.
Siempre me han gustado, esas fiestas, le respondí muy animado y preparé todo, tuve que darme prisa en vestirme en lo que el pulpo se termina de hacer.
Cogí la guagua en San Telmo, a las 23:30, agaché la cabeza y me centré en mi Mp3, esta vez escuchaba a The Police, es increíble cómo el grupo «Maná» ha copiado no tan sólo el timbre de voz de Sting sino sus canciones.
Unos jóvenes suben a la guagua, me miran extrañados.
– ¿Qué pasa? ¿Qué miran, estúpidos? Me tapé la boca con las manos de nuevo. Me estaba poniendo nervioso.
– ¿Qué tienes pirata «barba negra»? ¿No tienes drogas?
Contuve mis palabras, esta vez me pellizqué en un muslo.
A la hora prevista estuve con mis amigos y nos sentamos a beber en un parque cerca.
Procuré hablar de tonterías para no entrar al trapo con la sinceridad enfermiza.
Pero el alcohol me soltó demasiado la lengua y comencé a expulsar sapos por la boca.
Me miraban todos asombrados, sin reconocerme, pero me dediqué uno a uno a desvelar sus miserias y miedos, sin compasión, sin ética, simplemente a decir todo lo que pensaba de cada uno de ellos. El alcohol había acrecentado mi maldición y lo demostraba.
A cada frase que decía había un «disculpa» detrás, estaban todos consternados conmigo.
Se fueron casi todos, salvo dos – eternos – conmigo, que aguantaron el envite como buenamente pudieron.
Me fui con ellos a la fiesta a seguir bebiendo y procurando hablar de cualquier tipo de tontería que evadiese mi mente.
Hacía tiempo que no veía a algunas amigas que allí estuvieron.
– ¡Hola preciosa! ¿Qué tal estás?
– Qué guapo estás, Helio, con el pelo largo, esa barba, la verdad es que te veo mucho mejor que hace tiempo.
– Gracias, procuro cuidarme un poco. Pero yo a ti te veo lindísima.
Mientras la miraba a los ojos tuve que controlarme, no quería estropear esta amistad por lo que quería escapar de mi boca.
– Bueno mi niña, te dejo, voy a seguir con los amigos.
– Hasta otra, Helio, espero verte pronto…
Escapé como pude, pero vi a Almudena, estaba guapísima, sus pelos rizados y su cuerpo de bailarina hicieron suspirar a todo el que estaba por allí.
Se me acercó radiante y muy sonriente, muchos recuerdos me asaltaron…
El corazón me latió muy fuerte, muy rápido, el cuerpo me ardía.
Cuánto tiempo sin Almudena…
(Fin de la primera parte…)