… era lo único que escuchaba.
Hace un tiempo, antes de venirme de Agaete me asaltaron los recuerdos de uno de los vaivenes de mi vida que me dejó turbado. Di con todo esto casi de casualidad, mientras empaquetaba mis pertenencias para huir del pueblillo de mi infancia donde la realidad se conjura de miles de formas y algunos sabemos captar las sutilezas de lo que vemos. Ahí encontré las cintas y hasta ahora no he vuelto a escucharlas. Ahora que tengo que empaquetar de nuevo todo, me armo de valor para escuchar lo que en ese momento grabé y comentarlo aquí.
A veces me pregunto si no serán los delirios de un pequeño loco que quiere transformar su vida a golpe de teclado. Pero la realidad se hace a sí misma.
Nos hablaron de una casa curiosa, antigua, situada en la parte alta de Agaete, cerca del barranco, cerca de donde ha sido desde siempre la caída del agua, a unos pocos metros.
He dicho desde estas páginas que la juventud en Agaete fue necesariamente traumática y por eso buscaba otras salidas, otras alternativas, hacía caso a ese «algo» que desde mi interior me hacía que empujase con todo hacia adelante y yo, como poseído de una fuerza más firme, más presente cada vez que pasaba cada segundo, le iba haciendo caso. Todo era importante con tal de salir de casa.
Es cierto que desde mi juventud aprendí que vivir era duro, importante, que nada era lo suficientemente fácil (Te digo también que yo era muy derrotista en esa época) y que todo se conseguía después de una lucha feroz contra todo.
Me escondía entre mis amigos, entre las historias que me sucedían y que me llevaban a investigarla con ese ardor de juventud que aún puedo rescatar para emprender nuevos caminos y búsquedas de la realidad. (Como me pasó con las «Emes mayúsculas»)
Ya iba empezando a coger fama de muchacho «raro» por lo casi solitario de mis días y las habladurías del pueblo «En casa de Heliodoro se escuchan gritos».
Miles de ojos me miraban por las calles, incluso en la soledad del precipicio había ojos que me miraban, oídos que me escuchaban.
Inevitablemente tenía que refugiarme en el lado de mi mente, de mis acciones que podía controlar.
Agaete está lleno de fantasmas del pasado, el pasado que siempre vuelve. Yo estaba ya metido en el insomnio que iba a ser perenne hasta ahora, hasta estos días presentes, y las noches se convirtieron en días, los días, hasta bien entrado la mitad, en noches.
No podía dormir, la noche estaba llena de gritos y miedos.
Pronto, empezaría a temer las noches por otra razón diferente, tendría un miedo más de otro mundo, de otra realidad.
Un gato maullando en una cinta de grabación a lo lejos.
Me dijeron que un hombre verde aparecía en una habitación en una casa, miraba a los pies de la cama de un hombre mayor, un vecino del pueblo, del que voy a omitir el nombre, y luego se marchaba.
Jorge me comentó de ese caso, que le habían preguntado por mí. Ser el chico raro, nieto de Jesús el del Bar Medina, bis nieto de Paca la de «La Fonda», me hacían ser más conocido.
Como mi abuelo de su padre, señalado, así lo fui yo también.
También les hablaré un día de las herencias. Un ejemplo:
Mi bisabuelo fue a Cuba, volvió con algo de dinero y varios hijos que lo esperaban con hambre y esperanza. También volvió lleno de alcohol y con ganas de otra mujer. A mi bisabuelo, Juan Luis, le decían «El comunista» por sus declaraciones públicas en contra del Movimiento y posterior Régimen Franquista.
A pesar de eso, nunca lo llegaron a denunciar.
Mi abuelo, sus hermanos fueron señalados por la calle y pasaron hambre porque su padre le daba la comida a su «querida».
Mi bisabuela, Paca, a pesar de todo, de la lealtad, de un profundo respeto hacia el padre de sus hijos, pedía que le pidiesen la bendición a su padre.
Mi abuelo murió con 74 años, aún lloraba por su abandono paterno.
Su padre, postrado en la cama, atento a los cuidados de sus hijos, quizás, tuvo remordimientos, serenó sus ánimos, tierno con sus nietas.
– ¿Ves Papá? Ahora cómo te ves y la infancia que nos diste, los insultos por la calle, te reías de nosotros, nos señalabas por la calle, nuestra vida fue un infierno.
– Lo sé hijo, perdóname.
Mi abuelo siempre me contaba lo mismo y siempre lloraba al hacerlo.
La «Genética de la vida», las herencias hacen que con mayor o menos fuerza se repitan las historias pero hay decisiones que uno toma para no repetirlas porque tiene la oportunidad de caer en la cuenta.
Una de las tardes, sentado en El Bar Medina, entre los olores a comida casera dentro del bar, viendo a mi abuelo servir los rones de la tarde le preguntaron por mí.
Me senté al lado de este señor en la barra mientras yo tomaba un refresco y él una cerveza. Muy brevemente me contó una historia verdaderamente extraña de un hombre verde y un gato a su lado.
Yo lo miraba asombrado, casi admirando una historia de lo más extraña. Una grieta en la realidad, algo que buscaba con ansia para colarme por ella y evadirme un tiempo. Agaete estaba lleno de grietas, de portales por los que uno perderse si estaba un poco atento…
Una grieta en esa casa vieja se había abierto.
Una historia de un «Hombre verde» que miraba fijamente a un señor mayor en una cama con mirada acusadora.
– Pocas personas en Agaete tienen ese interés por estos temas, no sé qué opinas, Helio, sé que eres muy joven pero eres la única persona que conozco lo suficientemente extraña y diferente para hablar con mi padre y ver cómo puede resolver esto tan extraño.
– Pero… a mí simplemente me gustan estos temas, no sé qué le habrán dicho pero no tengo preparación ni nada por el estilo.
– Da igual, yo soy muy reservado para todo esto y no quiero hablar con nadie del asunto, no te ofendas, pero Jorge me habló de ti y de quién eres, creo que a los que tachan de «raros» o de «locos» lo hacen por una razón importante. Miedo.
– En definitiva, no quiere que su credibilidad se vea comprometida con historias de fantasmas y en este pueblo le tachen de nada, mejor me tachen a mí, ¿Verdad?
– No es eso… no conozco a más nadie, voy de mi casa al trabajo en Las Palmas, de ahí a mi casa, mis hijos, mi mujer, apenas tengo tiempo de nada más que de estar con ellos y resolver mi vida, no puedo ocuparme de un viejo chocho como es mi padre, de mantenerlo, cuidarlo y además resolver sus miedos.
– ¿Pero en qué puedo ayudar?
– Mira, si quieres incluso te puedo pagar por quitarle a mi padre todos esos miedos, haz lo que sepas, de lo que te informases.
En mala hora dije que sí, el hecho de ver algo de dinero por hacer algo, no sé exactamente qué, me abrió los ojos.
– De acuerdo, si su padre dice que ve algo, hablaré con él, y pondré a grabar para ver si registro algo, sé que la casa donde vives es muy vieja.
Recuerdo cómo se quedó con cara de satisfecho, me dio algo de dinero y quedamos para el día siguiente en la casa donde vivía con su padre.
En mi casa me esperaba el infierno, la noche de soledad, los libros y mis escapadas para Las Nieves.
Un «Hombre verde» acompañado de un gato.
Ahora mismo estoy escuchando la primera de las grabaciones, a lo lejos se escuchaba el lamento de un gato, unos maullidos alargados, casi imperceptibles en la primera grabación un susurro, un grito.
Me llené de espanto.
Fin de la primera parte.