… que menos podía sospechar que se produjese.
Llevo dos noches sin dormir, todo se me antoja confuso, no sé distinguir qué es real y qué no lo es. Cuáles de mis pensamientos son productos de mi realidad o de mi sueño.
No sé si estoy soñando.
Coloco el tablero en la mesa para relajarme mirando las piezas cómo se incorporan en mi realidad y así dilucidar qué movimientos tengo que hacer en las jugadas siguientes.
Juego con blancas.
Todo tiene un extraño color oscuro apenas iluminado por una lámpara a la que a veces se le va la luz volviendo momentos después.
Todo se me torna confuso, las piezas están listas en el tablero.
El universo está magistralmente representado por las piezas.
Las miro atentamente, cada decisión es crucial tanto en la apertura como en el medio juego.
La luz se apaga, miro el espacio vacío de las piezas negras, se enciende rápidamente, se vuelve a apagar, el espacio tiene la intención de llenarse con sombras por un instante.
El presente, el pasado y el futuro no existe, sólo la decisión de mover cada pieza y ver las consecuencias de cada acto.
La luz vuelve, el espacio de mi contrincante se llena por un instante, se apaga la luz. Esta vez dura más.
Me llega un extraño olor.
No sé si estoy dormido.
No sé si estoy despierto.
– Hola. ¿Juegas?
– Sí. Le dije a la voz que se escuchaba en el otro lado.
Apenas puedo sostener la realidad que en este momento me alcanza.
La luz se encendió. Lo vi.
Ojos pequeños, de mirada siniestra. Boca llena de dientes deformes. En su frente, dos protuberancias. Pelo inmaculadamente bien peinado.
Olía la maldad. Podía sentirla en el ambiente como, también, parte de mí.
Me dio su mano izquierda, queriendo sellar un trato siniestro para comenzar la partida.
No me pude resistir, me tenía atrapado en el otro universo. Aquí dominaba El.
Le saludé con mi mano izquierda y un dolor me sacudió hasta el hombro. Me ardía.
1. d2-d4 d7-d5
2. c2-c4 b7-b6
La partida comienza, sabía que no podía perderla, mi alma está en juego.
– ¿No me temes?
– ¿Debería? Mi habitación fue cambiando poco a poco, todo iba adquiriendo un aspecto lúgubre, las paredes se volvían grises, de color piedra. Podía ver la sonrisa maléfica en su cara.
– ¿Recuerdas mis visitas en tus sueños en tu infancia? Eras más sensible, podía penetrar dentro de ti.
Temblé, aún recuerdo todas las veces que El Ser de color verde, otras veces rojo me perseguía hasta obligarme a despertar.
Un sueño apacible era invadido por esa sombra siniestra.
– Recuerdo que me perseguiste durante años, pero también nuestra última confrontación.
– Sí, es hora de ajustar cuentas.
3. b1-c3 d5xc4
4. e2-e3 c8-b7
La partida continuó en movimientos lentos. Me tomaba mi tiempo para pensar, no quería cometer ningún fallo, sabía que para ganar tenía que ser más listo que El.
Mi infancia inocente fue invadida por su figura. Los campos de Agaete que recorría caminando o volando en mi apacible mundo onírico fueron transformados por el terror de una oscuridad que me perseguía y que muchas veces me alcanzaba.
– Te veo pensativo. Me vas recordando, ¿Verdad?
Acercó su cara desafiante próxima a la mía con una sonrisa mezcla de lasciva y furiosa. Me llegó su hedor. No me deja pensar. Quiere distraerme.
Mis primeras incursiones con el Ajedrez fueron por parte de mi padre enseñándome a mover las piezas…
– Tu padre…. Aún recuerdas La Mesa Redonda. Ja ja ja ja ja.
Quiere torturarme con el pasado, sabe que es muy importante para El Equilibrio la partida.
Me fijé que nuestros taburetes eran de roca. Las piezas estaban vivas. Eran pequeñas almas de personas metidas dentro de cuerpos deformes. Las siguientes dos jugadas fueron duras. Comimos piezas, cada pieza desechada del Tablero era cogida por su mano grande, de enormes uñas sucias y les arrancaba la cabeza en medio de un grito.
Me duele el hombro. Su tacto me dejó ciertamente marcado.
Me estremecí con el espectáculo.
Los cuadrados del tablero eran vacíos y luces.
5. f1xc4 b7xg2
6. g1-f3 g2xh1
– La Mesa Redonda, Helio… La Mesa Redonda…
Los recuerdos se me agolpaban, no quería que despertase lo que tenía enterrado.
– Una vez te vencí, lo puedo volver a hacer.
– Mira tu rencor, aliméntate.
Un viento helado me acarició la nuca. Vi a las piezas estremecerse, se sabían perdidas en un cosmos del que sólo estaban predestinadas a sus movimientos limitados. Su vida era una elección de la que estaban predestinadas por su propia naturaleza. Unas hacia adelante, otras, hacia los lados.
Quise despejar de mi mente La Mesa Redonda de mi infancia.
Me asaltaron los recuerdos de mis contactos con esta Nefasta Presencia. El terror que sentí.
Las veces que me levanté llorando con el miedo aún pegado en mi pecho.
Nunca me atreví a hablarlo con nadie.
– La Mesa Redonda…
7. c4-d5 c7-c6
8. d5-c4 h1xf3
Otro grito de la siguiente pieza devorada por las Negras Fauces.
Su rostro fue cambiando a lo que pude reconocer de mis infantiles pesadillas.
– Una vez te vencí en sueños, lo pude hacer.
– Pequeño pretencioso. Nunca podrás vencerme, siempre estaré ahí, oculto, justo debajo de tu sombra esperando tu caída. ¿Recuerdas que corrías alrededor de La Mesa Redonda para evitar los golpes?
– Dios…
– ¡Cállate! Solos tu y yo.
Fueron muchos años de persecuciones oníricas, dos o tres veces al mes su energía pestilente me quería invadir y yo huía despavorido. Me perseguía Él.
Una noche de sueño me armé de valor, tenía que enfrentarme.
– La Mesa Redonda, La mesa Redonda. Ja ja ja ja ja.
9. d1xf3 d8-c7
Aquel sueño fue liberador lo vi de frente, saqué una espada, me perseguía en un coche rojo y corté el capó.
Salió el a por mí.
– Mira tus sentimientos, eso sólo fue una pequeña victoria. Mira dentro de ti.
Centró su vista en el hombro, volvió a dolerme aún más fuerte.
Me acaricié la zona dolorida con la otra mano.
Miraba las piezas mientras el sueño cobró vida casi al instante como si lo hubiese soñado sólo hacía una hora.
Se acercó hacia mí una vez que bajó del coche y me llené de una rabia incontrolada. Me enfrenté a Él y no paré de darle golpes, puñetazos, patadas, se iba volviendo una sustancia viscosa mientras mis golpes le iban impactando. Sólo me dijo en el sueño que aparecería en mi vida varias veces más. Una de ellas en pocos años, corriendo detrás de mí en lo que vi en mi infancia un círculo.
10. f3xf7+ e8-d7
La partida tenía visos de terminar en breve. Lo vi removerse en su asiento. Todo lo que era su cuerpo se iba transformando en oscuridad y sólo podía ver sus manos.
Di un grito, el hombro izquierdo volvió a dolerme con más fuerza. Tenía que terminar la partida cuanto antes.
– Jaque.
– La Messsssssaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.
Sentí cada vez más frío, su forma iba cambiando a espirales dentro de espirales, oscuridades, de su sitio me invadían olores fétidos y el dolor en el pecho de ver un alma que se complacía torturándose y torturando.
Me señaló, me obligó a recordar.
– Mírate. Este es tu pasado, te tortura, me venciste en sueños, pero te volví a perseguir en La Mesa Redonda.
No quise recordar.
11. c4-e6+ d7-d6
12. c3-e4++
– Jaque Mate. Te vencí de nuevo, Satán.
Tiró las piezas del tablero y me enseñó paso a paso lo que no quería recordar. Me obligó a verlo todo de nuevo.
– Mírate, mírate, un niño acobardado, con terror. Sientes el resentimiento cómo va siendo parte de tu vida. Lo que no te deja dormir por las noches. Ja ja ja ja.
Su maldad me estaba impregnando, sentí el mismo terror que aquellas tardes mientras me las mostraba en el Tablero de Ajedrez.
La Mesa Redonda fue nuestro refugio. Mi padre, cuando comenzaba a beber ya estaba dispuesto a pegarnos a tres pequeñas criaturas que apenas le llegaban a la cintura. Mi hermano, mi hermana, yo.
Lo seguí viendo todo mientras me echaba su aliento apestoso.
El hombro me dolía insufriblemente, lo noté regodeándose con mi dolor. Con la angustia que sentí en mi infancia.
– Sigue observándote, sé presa de tu pasado.
Corríamos a la mesa para que mi padre no nos alcanzara, si Él corría hacia un lado, nosotros hacia el opuesto, La Mesa Redonda era lo suficientemente grande como para que ninguno pudiese saltar.
Comenzaban los insultos, pero no queríamos que nos doliesen los golpes. Iba hacia un lado, nosotros al otro, llorando, aterrorizados, un gigante nos perseguía para castigarnos cuando bebía ron.
Comencé a llorar del dolor de mi alma, del dolor de mi hombro.
Mis lágrimas lo hicieron ser más cruel.
– Llora, llora bebito, llora. Su voz siseante cruelmente me insultaba.
La imagen sobre el tablero seguía en un bucle interminable, finalmente, mientras mi madre muchas veces simplemente estaba sentada, nosotros corríamos a nuestras habitaciones, o a la calle, hasta que el ron lo dejase dormido.
La Mesa Redonda fue nuestra salvación.
El ciclo interminable, desde donde sentí mi primer gran terror.
– ¡Basta! ¡Basta! ¡Ya te he vencido! ¡Déjame en paz!
– Me venciste, pero acuérdate, siempre estaré a tu acecho. Desapareció riéndose cruelmente de la desgracia de mi alma.
La habitación volvió a la normalidad, las paredes volvieron a tener el color azul cielo que me gusta.
Y me vi frente a mi tablero, sólo, con el Rey Negro acostado y un dolor lacerante en mi hombro izquierdo.
Sólo quedaba un pequeño resto de Su Olor.
Era tarde, volví a la cama.
Algo dentro de mí ha muerto.
Las victorias, a veces, son caras.
Un abrazo.