… de muchas personas que me rodean.
Será por eso que cuando estoy con algunas personas se ponen incómodas por cómo las miro aunque sin intención.
Ella está enamorada, aunque no le quiera dar a demostrar más nada que una simple amistad que disfrazan de justificaciones acerca de lo espiritual de las relaciones humanas.
Ella sabe que lo sé, está enamorada.
La observo mientras sigue mirándolo y se beben un par de cervezas, son conocidos, lo conozco a él perfectamente.
Puedo ver a través de sus ojos lo que siente, pero prefiero mantenerme en silencio. No es justo atentar contra las personas diciéndoles lo que tienen dentro de sí y aún menos sin que me den permiso.
Muchas veces lo hice en mi adolescencia, cuando no sabía qué tenía y todo lo decía si creía que me iban a hacer daño.
Yo era demasiado sensible, demasiado imprudente y soltaba lo que me venía a la mente que era, precisamente, el secreto que algunas personas se afanaban en guardar.
Vio la revista porno del cajón de los padres, su padre se dio cuenta, ha estado una semana castigado y le dieron una paliza.
Demasiado imprudente fui con ese chico en el instituto, me miró con una cara de odio que no había sentido en mi vida.
A una chica, en el instituto le gustaba tacharnos a un amigo y a mí de homosexuales, un día nos hartó.
Le gusta mi amigo, ha descubierto hace poco la masturbación, piensa en el cuando lo hace, le escribe poesías.
Se lo dije riéndome de ella en medio del tiempo de descanso de las clases en el instituto, me reí fuertemente con mi risa estridente y escandalosa. No supo disimular, la había descubierto y se sintió demasiado en ridículo. Todo el mundo se reía.
Se escondió en algún rincón del baño llorando.
Cogí fama de raro, de oscuro, de no tener amigos.
Poco a poco crecí queriendo no ver más allá de la realidad que me rodeaba, simplemente, observar la vida.
Pero los problemas persistían, viviendo con mis abuelos sufrí ataques constantes por parte de las hermanas de mi madre por sus paranoias y lo que yo arrastraba por parte de mis padres, todas las frustraciones contra ellos las vivieron contra mí.
Pero me supe defender.
El marido le pone los cuernos, es eso.
Se siente infeliz, tiene que comprar pidiendo permiso y justificando la compra.
No se siente realizada, piensa que es una esclava de los caprichos de su marido y sus hijos.
No tuve reparos, lo dije todo, a las dos, a las dos hermanas de mi madre justo cuando empezaban otra discusión sin sentido conmigo.
Se quedaron de piedra, no supieron cómo reaccionar.
Las seguí hundiendo en la miseria, solté todo el odio que guardaba en mi interior.
Por eso están tan pendientes de todo esto de tus padres, de mí, de mi cuarto, porque no tienen nada más que hacer, porque sus vidas son tan miserables que sólo viven para sentirse superiores.
¿Cuándo le vas a decir a tu marido que te deje en paz? ¿Que no te amenace por las noches?
¿Y tu, cuándo vas a divorciarte de un hombre que te engaña con otros hombres y mujeres?
Me desahogué, fui todo lo cruel que podía ser en todo momento.
Me insultaron pero me reí aún más fuerte, sus palabras evidenciaban aún más secretos, podía verlos en la medida en que sus ojos me odiaban más.
Váyanse a la mierda, déjenme en paz, dedíquense a sus hijos que seguro que reclaman más atención.
Seguí riéndome, me regocijaba en mi crueldad en todo momento.
Cerraron fuertemente la puerta de mi cuarto, me tumbé tranquilo en la cama y me puse a leer un libro. Que se jodan.
Albergaba, durante toda mi adolescencia, un odio brutal contra el mundo, los últimos años los había pasado rodeado de odio en el núcleo familiar y tuve que huir a casa de mis abuelos.
Demasiado alcohol, demasiados golpes, demasiados insultos.
Demasiado odio en mi alma, pero yo lo devolvía con mis golpes de intuición.
Fueron años duros, en Agaete, si yo estaba oscuro, atraía oscuridad, si yo estaba odioso, transmitía y recibía odio.
Esa me mira raro, cree que me drogo, cree que soy pobre, me tiene miedo.
Pero sabe lo que hay, no quiere mirarme demasiado tiempo.
Su hermano tiene SIDA, no se lo ha dicho a nadie.
Poco a poco fui viviendo con tranquilidad, podía escuchar las almas ruidosas de muchas personas, no de todas, no de las más fuertes ni las más despreocupadas.
Estuve muy perdido durante mucho tiempo entre la voracidad de mi oscuridades, saber lo que sabía de las demás personas, la falta de amor.
No sabía que había más alternativas.
Era demasiado fácil saber de los demás, saber cuáles eran sus miedos, sus frustraciones, sus zonas oscuras.
Me llegaban como oleadas las imágenes de algunas personas.
Muchas veces tenía que ir por otras calles para que la «onda» de lo que esas personas eran no me llegasen e invadiesen mis pensamientos.
Ella lo mira, lo mira de nuevo, él no se da cuenta, está demasiado abstraido en sus propias necesidades afectivas.
Noto algunas miradas en mi espalda.
Qué hombre más interesante. «Escuché» detrás de mí.
Seguí con mi cerveza.
En Agaete continué con mi repertorio de odios internos hacia cualquier mínima molestia que creyese en mi vida.
Tienes complejos, los proyectas hacia mí porque no eres capaz de hacer las cosas por ti mismo, mira tio, vete a cagar y resuélvete.
Más odios por su parte.
Pero aún así seguía en el grupo de amigos con los que me movía aún a pesar de estar siempre guardando las distancias.
Bastardo hijo de puta, es la última vez que me humillas, hijo de padres borrachos.
A veces no podía con ciertas miradas, con ciertas insinuaciones.
Quería apagarme.
Conocí poco tiempo después la Ecología Humana.
Creo que me salvé de destruir mi alma.
Este chico no se da cuenta de nada, ella se derrite por sus huesos, pero es preferible mantener la distancia, ¿Verdad? Es mejor quedarse así, teniendo siempre un refugio para las noches solitarias, es mejor eso que nada.
Tercera cerveza, el humo del local me pica mucho en los ojos. No fumo y me molesta horrores el humo del tabaco.
Me mira huidiza ella, creo que sabe que soy capaz de mirarla más allá de su alma.
Tiene una cara demasiado seria. Me «dice» la chica de nuevo. Pero tiene un algo especial, parece que puede ver más allá…
Cuando la Ecología Humana irrumpió en mi vida supe que debía encauzar lo que sabía para hacerme bien, no para irrumpir en la mente de los demás.
Primero me resistí un poco, le decía lo que pensaba a mi amigo que me introducía en estos asuntos. Escruté en su vida, sus circunstancias, sus vivencias, pero no se inmutó.
Me comencé a sentir seguro.
Fin de la primera parte.