… la habíamos dejado atrás.
Y veíamos a aquellas mujeres desnudas danzando alrededor del fuego extasiadas, el frío de aquella noche de inicios de verano no hacía efecto en aquellos cuerpos.
Nos mirábamos asombrados, Jorge tenía la boca abierta, como si esperase eternamente una cucharada de comida que no llega.
Yo, a pesar de mi asombro, tenía una mezcla de ganas a reirme y de gritar de asombro.
Vi cómo esas mujeres bebían algo de un caldero que tenían al fuego en la hoguera, me llegaba un olor realmente desagradable, no sé qué diablos podían estar bebiendo que oliese tan rematadamente mal.
Parecía que el tiempo y el espacio se habían parado concentrándose en el espectáculo que veíamos.
Jorge tenía la cara cada vez más transformada, sabía que era él pero no lo terminaba de reconocer como hacía unos minutos.
Me toqué la cara, no recordaba tener las facciones tan marcadas, tanto pelo en mis cejas y pómulos, mi boca tenía los dientes considerablemente más grandes.
Las mujeres se detuvieron a beber de una forma extraña, no bebía cada una de su cuenca sino que se compartían unas a otras y el resto del líquido se lo echaban sobre el pelo.
Mujeres de todas las edades, desde niñas a las que podía echar 16 años, hasta mujeres que podían rondar los 60.
Me fijé en mis manos, estaban más gruesas y peludas, los dedos más pequeños y fuertes.
No salía de mi asombro.
Las mujeres se pusieron de rodillas mirando a la hoguera con los brazos extendidos mientras se dejaban envolver por un cántico.
«Las chubicenas te reclaman»
Chubicenas…
Las antiguas brujas aborígenes.
De la hoguera el humo se fue espesando cada vez más, se iba tornando poco a poco en una figura que en un momento podría ser humana, aunque de forma imprecisa.
Lo que parecía que era Jorge me miró con esos ojos pequeños y rojos, con una especie de gruñido que entendía me pedía de unirnos a ellas.
Yo, con otro gruñido, le pedí que esperase.
«Las chubicenas te reclaman» Seguían repitiendo a coro en medio de las montañas del Valle de Agaete, de la parte de El Sao.
La forma del humo fue tomando mayor aspecto humano, se podían distinguir claramente los brazos y las piernas y, en menor medida, la cabeza.
Todas ellas se pusieron en pie, se dieron las manos y comenzaron a danzar alrededor del fuego mientras la presencia se hacía más corpórea a medida que los minutos avanzaban.
El humo tomó una forma ovalada, de grandes dimensiones, las mujeres seguían cantando a coro la misma frase.
«Las chubicenas te reclaman»
«Las chubicenas te reclaman»
El hombre dentro del portal del humo tenía una cabeza bien clara, podíamos ver dos cuernos asomando de su cabeza, eran unos grandes cuernos y bajo ellos, una mirada maléfica.
Notaba una plena transformación en mi cuerpo, en el de Jorge, como si hubiese un colofón en nuestras transformaciones, dos cuernos comenzaron a salir sobre su cabeza. Me toqué la mía, también notaba dos bultos que cada vez se hacían más grandes y picudos.
La felicidad me embargaba, comencé a sentirme bien, contento.
El ser sacó una pierna, luego otra del óvalo que conformaba el humo de miles de colores brillantes.
Sacó su cuerpo entero.
Estaba desnudo, se le podía ver un pene erecto y enorme, era algo deforme que destacaba en su cuerpo.
Ya no se veían las luces de San Pedro, no estaba el Hotel Las Guayarminas, en su lugar había pinos, tampoco veía las luces blancas a lo lejos de Agaete.
Miles de noches pasadas recorrieron nuestras mentes.
Las mujeres comenzaron a reir de felicidad.
El hombre medía dos metros, era de complexión fuerte, realmente musculoso, parecía un Dios recién bajado de los cielos, recién subido del infierno.
Jorge me miró maléficamente, con un gruñido y un leve movimiento me dijo que fuésemos.
Así lo hicimos.
La luz de la hoguera me dejó ver la cabeza de Jorge, el pelo le llegaba a los hombros, los cuernos le sobresalían unos centímetros sobre la cabellera. Tenía la frente realmente prominente al igual que los pómulos, sus ojos no eran oscuros como siempre, eran rojos, pequeños, y su sonrisa estaba adornada por unos dientes gruesos y puntiagudos.
Mientras nos acercábamos supe que los mismos cambios se habían realizado en mi cuerpo, me palpaba incrédulo pero con una satisfacción que no conocía límites.
Las mujeres primero nos miraron temerosas pero luego nos fueron aceptando cada vez más en su círculo mágico.
El ser nos miraba complacido mientras se reía con una fuerza capaz de derrumbar las montañas.
Nos compartieron algo de su brebaje.
El sabor era realmente fuerte, ácido, pero lo bebimos complacidos.
Rápidamente observé cómo el mundo cambiaba a mi alrededor, me sentía más pleno, feliz, todas las mujeres comenzaron a saltar cantando y acompañándose con palmas.
El hombre con una voz de bajo como recién sacado de las mejores corales nos acompañaba con una melodía cadenciosa, sugerente.
Nos desnudamos y comenzamos a bailar como si nos fuese la vida en ello.
Las llamas de la hoguera se hacían más altas, nos daba un calor que recordaba al de una casa acogedora, donde no podíamos temer nada.
Éramos presa de las melodías que salían de cada una de nuestras bocas, nos alegraba los corazones, nos hacían sentir dichosos, plenos, felices.
Una de las chicas, la que tenía apariencia de ser más joven se dirigió al ser con algo de temor pero sabiendo que iba a cumplir una misión importante.
El ser la rodeó con sus brazos y la besó apasionadamente, la cogió por las piernas y la penetró con violencia.
La chica emitió un gemido de dolor, de placer, todos seguíamos bailando y siendo felices.
El ser no paraba de cantar mientras se interrumpía con gruñidos de éxtasis.
No parábamos de reirnos.
Los gemidos de la chica se mezclaban con los cánticos de las otras mujeres.
La naturaleza era nuestra aliada, estábamos solos en aquella montaña, rodeados por pinos centenarios, sabios.
Una excitación invadió mi cuerpo mientras veía a la pareja.
Me noté erecto, comencé a masturbarme.
Jorge hizo lo propio.
Todas las mujeres se tocaban mientras gemían gritando diferentes nombres.
«Beelzebul», «Satán», «Belial», «Leviathan».
La pareja seguía en su éxtasis.
No paré de masturbarme mientras los veía y escuchaba los diferentes nombres de El Temido.
No podía sentirme más feliz.
Llegué a un orgasmo enorme al mismo tiempo que Jorge, que las mujeres, que la pareja.
Todos gritamos a un mismo tiempo, liberamos una gran fuerza redentora, liberadora, la chica poseída por el ser echó sus brazos hacia atrás con un grito de placer que superaba nuestro coro orgásmico.
El ser la apartó suavemente de sí, la depositó en el suelo y acarició su cabeza y su barriga mirándonos en lo que intuí una mirada de satisfacción.
Ella se estaba acariciando sin parar de sonreir mientras lo miraba con admiración, se incorporó y dos de las otras mujeres la taparon con solemnidad, como si conociesen a una nueva Reina.
El ser se retiró de nuevo al óvalo que formaba el humo, no se quemaba por las grandes llamas de la hoguera, como si perteneciese a aquel mundo, como si el fuego fuese parte de sí mismo. Una de las mujeres echó un líquido sobre la hoguera, estaba seguro que por la textura y el olor, eran orines. Desapareció el ser al tiempo en el que el óvalo de humo se cerraba.
Los cánticos cesaron, los primeros rayos de sol se veían entre las nubes.
Las mujeres nos miraron una última vez y nos sonrieron felices.
Iban desapareciendo en medio de los pinos mientras un gallo se escuchaba a lo lejos.
Nosotros notábamos cómo nuestros cuerpos iban volviendo a su forma original, eso me produjo una tristeza que iba embargando mi corazón, la felicidad iba desapareciendo, me iba sintiendo cada vez menos unido con la naturaleza.
Nos vestimos y fuimos regresando a la cueva.
Miré una última vez atrás, apenas quedaba restos de nada, sólo unas maderas carbonizadas.
El Hotel volvía a su forma, lentamente fue haciéndose más viejo, más triste.
La Urbanización La Suerte volvía de nuevo, como apareciendo instantáneamente del camino a El Valle.
San pedro se volvió a llenar de sus pequeñas casas blancas.
Todo lo veía desde la entrada a la cueva, como si ésta fuese el punto de referencia para el cambio y el paso del tiempo.
Las velas y la hoguera estaban apagadas, se habían consumido por el paso de las horas.
Volvimos finalmente a nuestro estado normal, no habíamos articulado palabra mientras recorríamos el camino a la cueva.
Absolutamente cansados dormimos pocas horas hasta que el sol nos dañaba a los ojos despertándonos.
La mañana estaba tranquila.
No nos hablamos en todo el trayecto en guagua hasta nuestros hogares, de hecho, no volvimos a hablar de esa experiencia.
Seguimos saliendo Jorge y yo todos los sábados por la noche a las discotecas, con amigos, a disfrutar de nuestra juventud.
No volvimos a la cueva en los años posteriores en la Noche de San Juan.
Unos meses más tarde, mientras me dirigía al bar de mi abuelo, vi a una chica que caminaba al otro lado de la calle, nos miramos en silencio durante unos minutos, no nos dijimos nada, no hacía falta.
La vi hermosa, algo en su cara, en su mirada, me decía que tenía un cometido importante, que su vida tenía sentido.
Nos sonreimos.
Ella tenía un traje de flores precioso donde se podía notar su barriga abultada.
Estaba embarazada.
Un abrazo.