… era el recuerdo de ese maullido lo que me tenía intranquilo aquella noche, se mezclaban con los primeros ataques de ansiedad, con las primeras veces que el ruido ensordecedor poblaba mis silencios.
Créeme si te digo que las noches donde los seres amados tienen miedo de respirar son duras.
Mientras, me evadía con el recuerdo de lo que me traía entre manos, ya comenzaban a gestarse los primeros años de mi primera adolescencia llenos de huidas, miedos e inseguridades y sobre todo, de gritos.
Créeme si te digo que la vida pasa más lenta cuando pesa.
Miau… miau… miau… escuchaba a lo lejos de aquella grabación, esa noche, para huir, pensé en todo lo sucedido ese día.
Llegué a la hora acordada a la casa, era grande, de muros anchos como las buenas casas que siempre se hicieron en Agaete antes de la construcción visceral que fue comiendo las raíces de la tierra y fuese más costoso concentrarse en Las Puertas.
La casa era amplia, llena de recuerdos en cada uno de los detalles, fotos de hacía muchos años, y que hacían pensar que el pasado que aún se veía allí existió, a pesar de que mantenía el mismo aspecto, podría decirse, de hacía unos 70 años.
Pero había algo dentro de la casa que yo percibía que no era de ella, que no era de su propiedad tenía la impresión de que la casa guardaba secretos que no querían los vivos que nadie desvelase.
Pronto me daría cuenta porqué y se me helaría la sangre ya que saber una realidad oculta a lo largo de los años no me resultaba precisamente cómodo.
Me presentaron al patriarca de la familia, un señor muy mayor, yo calculo de unos 90 o 95 años cuya lucidez aún mantenía a pesar de que las lagunas donde se esconden los recuerdos le eran cada vez más presentes.
Me miraba con ojos desconfiados, le habían hablado de mí y la impresión mutua no fue de agrado, estaba sentado en una mecedora escuchando lo que él luego llamaría como «El parte», una eterna compañía radiofónica que le calmaba los recuerdos, los remordimientos y de paso hacía que despotricase con la situación de ese momento.
Cualquier cosa que oliera a izquierdas, que supusiese un avance de cualquier otra opción política que no fuese la que él quería lo hacía enervarse para luego entrar en un ataque de tos.
– ¿Tú eres nieto de Paca, verdad?
– Así es, soy nieto de Jesús «elderbarmedina», acostumbraba yo a decir casi de seguido, el hijo de Paca.
– Vaya… el nieto de un comunista, espero que no te contaminases de sus jodidas ideas.
Vaya, pensé, si fuese sólo de eso de lo que me contaminé me daría por agradecido, pero el apellido duele.
Yo permanecía en silencio la mayoría de las veces que me contaba sus batallitas de juventud en la Guerra Civil, acabando con los comunistas y condenando la España anterior a sus años de juventud.
En esa época Agaete florecía en la intelectualidad de izquierdas, los aires de avance se comenzaban a dar, el sabor de una esperanza se olía.
Pero para algunos todo eso estaba asociado con los mayores males que se habían desatado en el infierno.
Pero supe que la justicia siempre vuelve en cualquiera de las formas.
Le pregunté, yendo directamente al grano acerca de eso del hombre verde y el gato y en ese momento su cara, llena de arrugas, se volvió pálida, guardó un momento de silencio y como obligado, comenzó a hablar.
– Desde hace un tiempo a esta parte antes de dormir, justo antes de ese momento en el que alcanzo el sueño escucho el jodido gato y veo esa figura verde que me recuerda algo, pero no sé qué.
– ¿Pero qué más pasa?
– Se mueven los muebles, escucho ruidos en las paredes, se me enciende la radio y de lejos, el gato con su maullido prolongado y triste. Esa figura la veo de forma bastante difusa y al ratito desaparece.
Grabé toda la conversación, quise tener registrados todos los detalles para hacerme una idea general de lo que pasaba y por lo menos tratar de explicarlo.
Luego, le dije que mantuviese silencio un momento y dejé grabando la cinta cinco minutos más.
En la cama, mientras mi hermano dormía, tenía presente toda la conversación y el sonido del gato.
Había quedado de nuevo para ir explicando paso a paso todo lo que iba pasando a medida que hablaba con este señor mayor, aunque temía realmente que pasase miedo al enseñarle las grabaciones.
Agaete se despertaba de nuevo y a mí una noche más, una noche menos de mi vida me costaba conciliar el sueño. Pronto aprendería que las pastillas eran la solución más aceptable.
La mañana transcurrió en silencio, aún no era época de ir a clase y el recogimiento de mis libros me ayudaban a que las horas pasasen rápidas. La tarde llegó y me encontré de nuevo frente al anciano al que luego de ponerle la grabación, lo que había recogido del «otro lado» en los minutos de silencio hizo que su miedo se comenzase a transformar también en el mío.
Hubo algo en el brillo de sus ojos que me llenó de temor, de recelo y sospechas.
– Anoche lo volví a ver, antes de dormirme, una sombra de color verde y el maullido de un gato, de ese gato.
– ¿Y las voces? ¿Le resultan familiares?
– No… no…
Me mentía.
Esta vez me interesé más.
– ¿De verdad no conoce esas voces?
La casa parecía vibrar, la radio se encendió de repente, y me miró con ojos de auténtico terror. Olía todo a algo parecido a incienso, pero un olor más fuerte y penetrante. Algo estábamos haciendo, algo estábamos abriendo.
Todo se calmó a los dos minutos, no vimos más nada y yo tenía la impresión de que el corazón se me salía del pecho.
Me fui de esa casa sin apenas decir nada, realmente aterrorizado, agarraba la grabadora como mi mayor posesión. ¿Qué se pudo haber grabado? ¿Qué ocurrió?
Miau… miau… miau… El maullido estaba más cerca, como si se acercara tras un esfuerzo al micrófono para ser escuchado.
Atrás una frase que no sabía aún qué significaba, «Tú m…. s si s teeeeeeee»
De una forma áspera, con dolor, le seguía otra frase «…ta mi saaaaaaaaaaa»
El gato seguía maullando.
No sé si alguna vez han pasado miedo, si de repente han sido contagiados por el terror luego de ver una película de terror o escuchar algo que realmente les asusta, lo que sí les digo es que el sudor frío me caía mientras escuchaba cómo esos gritos y la cadencia de los maullidos me aterrorizaban.
Pese a la curiosidad que me provocaba toda ésta situación el miedo podía más que yo, tuve la duda de seguir en esa casa interesándome por lo que pasaba pero siempre supe sobreponerme al miedo para descubrir qué había más allá.
Así lo hacía con lo que debía cuando las primeras tormentas se cernían en mi casa, cuando me negué a seguir comprando ron, cuando empecé a reivindicar mi independencia.
De la misma forma me enfrentaría a todo lo que estaba pasando.
Todas las apuestas personales tienen un precio que pagar, aunque uno las gane.
Sinceramente, estaba muerto de miedo, pero de una vez decidí seguir con todo hasta ver en qué acababa.
Ese maullido lastimoso, esas frases que no conseguía entender…
Había quedado todas las tardes a la misma hora para ir a esa misteriosa casa donde intuía o casi ya tenía la certeza había más de lo que parecía y la respuesta estaba en manos de ese hombre.
Agaete sigue guardando traumas y secretos, sitios donde se conjuran la realidad y lo que está debajo de ella. Todo está lleno de historias ocultas, a medida que el pueblo ha ido creciendo a lo largo de los años, se han tapado debajo del tiempo, como mantas puestas para preservar del frío.
Pero siempre hay agujeros por dónde se cuelan los traumas.
Mi abuelo seguía trabajando en el bar y mi abuela hacía la comida tres veces en semana para los clientes.
Antes Paca tenía una fonda donde atendía a propios y extraños.
Lo que era La Fonda, se había convertido en «El Sótano», lleno de habitaciones oscuras, sin luz, con una ducha al fondo, oliendo todo a viejo, a rancio, se apilaban botellas ya usadas, y la habitación del fondo siempre me dio un extraño pavor.
La fonda se había convertido en el sótano.
A veces, nuestras habitaciones personales se convierten en sótanos donde ponemos a salvo nuestros trastos viejos, donde guardamos los oscuros secretos que no podemos borrar.
El sótano personal de ese hombre se estaba destapando y un gato y un hombre verde se estaban encargando de hacerlo.
La tercera tarde llegué de nuevo a la casa, este hombre estaba realmente pálido, con los ojos llorosos.
– ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra bien?
– Es ese jodido hombre, es ese gato, no me dejan en paz, cada vez están más cerca, cada vez los veo más claros y más cercanos… Me decía con la voz temblorosa.
Fin de la segunda parte.