… Toda la noche sin poder dormir, sonó cruel el despertador. El primer pensamiento fue él, su primera imagen fue él, su primer recuerdo fue él.
A la persona a la que amó fue a la que dañó.
Fue a él.
La miró, en ese momento duramente. 
– No… Tú no. 
– Lo siento, perdóname.
Se quedó en silencio, una vez se lo dijo, cuando me alejo de alguien nunca aviso, me voy, sin más. 
La miró.
Lo vio llorar.

Vale, fue hace tiempo, ya está bien.
Trataba de justificarse.

Hora de ir a trabajar.
Puntual, como siempre, él sentado en su mesa, en su ordenador. 

Lo vio diferente. 

Ella sintió taquicardias, de nuevo, no sabía por qué se sentía tan atraída por él… Su compañera de trabajo se lo «Trabajaba». Iba a por él. 
Se descubrió a sí misma diciendo cuánto lo amaba, en voz alta, sin que nadie la escuchase…
Sintió que lo estaba perdiendo. 

Hace años… 

– Me acabas de hacer tanto jodido daño, eres una imbécil, te saboteas, no sabes disfrutar de lo que tienes. 
Ella era joven. 
Luego tuvo más aventuras pero siempre lo veía a él.
Hablaba con su padre, madre, siempre él.
En el fondo, sus frases, sus ideas, él.

Le empezó a ver una mirada diferente en sus ojos. 
Lo llamó al despacho.
– Tengo que comentarle algunos asuntos.
– Sí, dígame.
(Cómo le dolía que se hablasen en ese tono y más atendiendo que hace años tras dos palabras había sólo besos)
– Me gustaría saber estos balances de cuentas, creo que ha hecho un buen trabajo, en fin, me gustaría si en un almuerzo podríamos hablar con más serenidad de estas cuestiones laborales.

La miró fijamente. Se quedo callado casi 5 minutos, eternos. 

Sus ojos marrones le escrutaron el alma, como siempre podía ver más allá.

– ¿Qué me dice?

– ¿Qué te digo? Que eres imbécil.
Se revolvió tras la mesa.
– No me falte el respeto.
– Sí, lo hago, y no me vuelvas a tratar más de «Usted», eres imbécil. 
– ¡No me falte el respeto!
– Eres imbécil.
– Pero ¿Qué se ha creído?
– No me trates de usted. 
La miró fijamente, se acercó a su cara.

– Eres imbécil.
– No puedo contigo.

– Te amo, imbécil.

Ella se sintió morir, sintió su sexo mojado, no pudo más, sus manos se abalanzaron sobre su cara lo besó, le repitió mil veces cuánto lo amaba.

– Te amo, te amo, te amo, perdóname, perdóname.

Separó sus labios.

La miró fijamente, sonrió.

– Eres imbécil.

Un abrazo.