… corre hacia arriba.

Hoy día lo pienso y apenas me lo puedo creer, no es posible que tantas personas hayamos tenido el mismo sueño, las mismas imágenes, los mismos símbolos.
Pero sí, es cierto, me aseguro de tener claros los pensamientos y ordenarlos para someterlos al análisis riguroso que mi realidad, meta realidad, impone y desde donde claramente veo las imágenes y recuerdo bien las de otras personas que me lo contaron.

No sé si es por haber vivido toda la vida frente a un mar que ha bañado – eterno – las costas de Agaete además de los cuerpos y las mentes de todos sus habitantes, de haber refrescado en los días calurosos del ventoso Agosto los cuerpos de niños y mayores que se zambullían entre las aguas que tiempo atrás estuvieron más cercanas de lo que hoy día fueron las viviendas.
En mi casi adolescencia, aunque más niñez, tuve sueños muy extraños, sueños que sólo compartía con mi único amigo del colegio del pueblo, Agustín.
Sueños con la misma imagen apocalíptica, el pueblo sepultado bajo las aguas después de que el barranco «corriese hacia arriba».
En los días de mucha lluvia era un milagro ver cómo las aguas de las montañas eran lo suficientemente caudalosas como para que el barranco «corriese» lleno de un agua color marrón arrastrando piedras, animales muertos y cualquier resto de la imagen anterior que retuvimos en nuestras pupilas era cambiada por el inexorable paso de la lluvia en la tierra.
Para nosotros era un milagro, para todos aquellos que vivíamos preso de la imantación bajo nuestra planta de los pies de la energía ancestral del pueblo, ver – una vez más – cómo las aguas iban hacia el mar era causa de satisfacción, cuanta más agua corriese, más hipnotizados nos quedábamos.
Pero mis sueños narraban una realidad aún más paradógica, el agua, en lugar de seguir su curso natural iba a la inversa, de abajo hacia arriba. Del mar al pueblo.
En los sueños salía de mi casa y veía como cada vez más los campos eran anegados mientras las olas del barranco subían, lo miraba todo con auténtico terror. El terror de la paradoja, de la confusión, de saber que nada está donde debiera, que el curso natural de las cosas se ha roto.
Me levantaba sudando lleno de temor por haber sentido de forma tan viva una realidad de caos, de peligro, de saber que todos los seres queridos podían ahogarse.
Desde cualquier punto de Agaete se puede ver el mar, a lo lejos, Tenerife, con el Padre Teide al fondo, es maravilloso en los días en los que ha nevado porque se ve su pico, su pecho, el lápiz que dibuja el cielo nevado, blanco, sabio, eterno, precioso.
La imagen, la estampa más característica del pueblo es estar en cualquier punto y ver cómo el mar que se extiende hacia el infinito es cortado por la isla de enfrente y por la majestuosa montaña.
Después de cada uno de esos sueños en los que todo lo que conocía se cubría bajo el barro del barranco, salía de casa para cerciorarme de que todo continuaba igual, que no había cambios, que el mar seguía en su sitio.
Era así.
Pasear por la Avenida de Los Poetas era delicioso tanto de día como de noche, escuchando buena música y dejándome llenar por el susurro de las olas que chocaban contra el muelle y las rocas que limitaban la Avenida.
Para todos los que allí paseábamos era inevitable no seguir las sendas de las gaviotas sobre el mar, no perderse ante las fantasías ensoñadoras que los olores hacían llegar a nuestras mentes.
Otra noche más, otro sueño.
Me veía mirando el barranco, jugando como en mi niñez entre las infinitas posibilidades que nos daba esa porción de terreno cuya realidad llegaba desde Tamadaba hasta Las Salinas.
De repente, un ruido ensordecedor me sobresaltaba turbando la tranquilidad que el barranco me ofrecía, lentamente una ola marrón subía cubriendo poco a poco los márgenes naturales llenos de pequeñas plantas, flores y lagartijas.
Asustado corría hacia arriba, donde pudiese estar a salvo buscando alguna salida a mis lados pero inevitablemente el barranco en su ascendencia me cubría de esa sustancia viscosa y marrón despertando todo sudoroso.
Comencé a ver el barranco adorado de mi infancia con un respeto poco usual, con un poco de miedo, con otros ojos diferentes, no quería contar nada a mis padres a pesar de que aún por esa época el apocalipsis no se había ceñido sobre nuestras cabezas ni los problemas reales habían hecho mella en tres niños desprotegidos que posteriormente sufrieron el horror más absoluto.
Apenas podía ir ya a recrearme entre las flores y los ocasionales charcos que la última lluvia había dejado me daba miedo estar entre sus tierras.
Desde el puente de Agaete se podía ver una panorámica del barranco desde «Los chorros», hasta donde alcanzaba la vista y la tapaba la curva que el barranco hacía hasta llegar al mar.
Se veía a lo lejos el mar y el Teide.
No me atrevía a bajar y caminar por el sitio que ahora representaba por mis sueños, una realidad diferente. Estaba seguro que algo pasó hace años, de repente lo comencé a intuir, tuvo que haber pasado algo en este pueblo.
El paso de los meses fue acrecentando mi desconfianza así como los sueños más o menos desastrosos llegaban y se iban.
Un día Agustín me dijo que le había contado mis sueños a su abuela y que ella tenía sueños parecidos, me asombré, no podía creer que dos personas tuvieran el mismo sueño.
Qué poco sabía yo de la otra parte de la realidad en aquellos momentos.
Le rogué que fuésemos a ver a su abuela, me dijo que estaba algo enferma y que le fallaba la cabeza muchas veces pero en sus momentos de lucidez era como una persona normal, con sus recuerdos intactos.
Aquella tarde soleada de Mayo fuimos a donde su abuela.
Una mujer mayor sentada en una mecedora, en medio de unas paredes frescas, de hecho su habitación estaba construida en la montaña y le daba un aspecto casi sombrío a su cuarto. Nos empezó a hablar.
– «Cuando el barranco corría hacia arriba en mis sueños de juventud yo me «desalaba» mi niño, veía como unas olas grandes se tragaban las pocas casas que por ese entonces había aquí, otras veces salía a la calle y me encontraba los campos «anegaos», pregúntale a tu abuelo el hijo de Paca la de La Fonda y verás que también te dirá algo.
Poco más nos habló, volvió a su silencio y Agustín me dijo que ya había sido bastante por hoy.
Aún hoy día recuerdo esa conversación y me dan unos sudores fríos que me recorren la columna vertebral.
Mi abuelo trabajaba por las tardes un día sí y un día no, tuve que esperar a su turno, ver cuándo tenía menos gente en el bar para hablarle.
Pasé por la puertita de madera que se abría y cerraba hacia un lado y otro de la barra para mayor comodidad del paso de las copas y las comidas a las mesas y le pregunté a mi abuelo por los sueños.
– Sí Helio, muchos chicos tuvimos sueños parecidos, el barranco corría hacia arriba cubriendo todas las tierras y las casas, eran sueños que daban miedo pero cuando nos hicimos más mayores los dejábamos de soñar, en esa época era más importante ver qué comíamos cada día que preocuparnos por soñar…
No podía ser que tantas personas soñasen lo mismo en Agaete, quizás era un miedo natural al mar presente en todos los canarios, límite y frontera natural que – quizás – nos impedía ir más allá de nuestros puertos y acostumbrarnos entre las cárceles de nuestras tierras, nuestras montañas.
El invierno siguiente llovió fuerte y de nuevo vimos cómo las aguas seguían tranquilas mientras todos nos apresurábamos para ver el barranco correr.
Hablé con más gente mayor del pueblito para preguntarles acerca de la paradoja onírica.
Todos me decían lo mismo, sin saber exactamente el porqué me remitían la misma frase «El barranco corre hacia arriba» con detalles diferentes, incluso lugares diferentes de Agaete en función de donde viviesen, pero todos el mismo motivo.
No supe cómo solucionar esta cuestión, simplemente me quedaba preso de esas palabras, de los recuerdos de mis sueños que año a año, cuando la cruel y dura realidad golpeó mi familia, fueron menguando hasta casi extinguirse.
Siempre seguí con la duda del porqué de esas coincidencias, de esas pocas cosas que uno se queda sin explicar.
De mayor, por los azares de la vida, cambié de amigos, de inquietudes de forma de ver las cosas, los sueños – muchos de ellos – se tornaron unos más, otros menos misteriosos, unos me ayudaron a escapar de situaciones, otros me advirtieron simplemente.
Vivir en un sitio hace que te impregnes de su historia, de sus sensaciones, de sus traumas.
Agaete vivió un trauma.
Lo supe hace pocos años, años más tarde de los sueños, años más tarde de que toda la gente mayor con la que hablé muriese, esa gente mayor que pasada la Guerra Civil, siendo niños, sólo se ocupaban de la tierra, de comer, de impregnarse con la energía vital, traumática, del sitio que les dio de comer, de mamar, que los vio nacer y morir.
Un día les hablaré del personaje más parecido a Damien de Hesse que nunca he conocido, Jorge. Ahora les comentaré algunas cosas suyas para que ilustren bien el descubrimiento que me dejó sorprendido.
Jorge siempre tuvo por refugio las montañas, se perdía entre ellas haciendo el Salto del Pastor y obervando todo cambio que en su camino hubiese.
A medida que se hizo mayor, antes de que unas canas tempranas comenzasen a cubrir su pelo, hizo algunos descubrimientos en las montañas, algunos de ellos no estoy autorizado – de momento – a desvelarlos aquí, pero sí me hablaba de una serie de restos vegetales en diferentes sitios, como calcinados, como si algo pasase por encima y los dejase tal y como estuvieron en vida. Tenían una característica en común, en la parte inferior de esos restos las piedras tenían una clara orientación hacia su izquierda, en dirección al Valle de Agaete, las capas superiores, las rocas, tenían una orientación hacia su derecha, hacia Las Nieves.
En medio de todo esto, lapas, bulgaos, restos marinos.
Me contó que se puso en contacto con profesores universitarios mandándole mails con las fotos de lo descubierto.
Sus teorías comenzaron a cuadrar con lo que pensaba hace años.
Un trauma.
Todos los sitios recogen en su tierra, como un enorme imán energético, onírico, traumas que les pasan, como si nuestro planeta fuese un organismo viviente, Gea, y en cada uno de sus rincones se escribiesen con una pluma invisible los hechos que suceden.
A veces las personas que vivimos en estos sitios somos receptores de esas energías, de esas impregnaciones vivenciales y como no podemos traducir bien el mensaje, en nuestros sueños se reproducen como trailers de una película jamás vista.
Incluso el cuerpo, la forma de ser de algunas personas es consecuencia de la sensibilidad para con el medio que les inunda de sensaciones inexplicables y muchas veces no han tenido más remedio que beber demasiado para olvidar en los rincones oscuros de los muchos bares que poblaron el municipio convirtiéndose en zombis que hablan solos a entes desconocidos.
Agaete tuvo un trauma hace tiempo.
Jorge me explicó que en 1917 hacia acá muchos investigadores de Hawai, de Las Palmas y Madrid, vinieron a Agaete demostrando unas teorías bastante impactantes.
Jorge con sus nuevos descubrimientos tiró abajo lo que se demostraba hasta ese momento dándole a todo un mayor carácter y dimensiones.
Jorge siempre con su infinita vista puesta en cada detalle que el terreno le ofreciese (Muchas veces me pregunté cómo era posible que los dos pasando por un mismo sitio él fuese capaz de ver restos del pasado y yo no)
Se demostró algo, increible.
Antes de que hubiese vida humana en las islas, hace muchos, muchos años, un trozo de Tenerife se desprendió provocando una ola tan poderosamente fuerte que tardó media hora en cruzar el mar hasta llegar a las costas de lo que en un futuro sería un pueblo provocando un poderoso Tsunami que una vez llegado a tierra firme tardó pocos minutos en recorrer los cerca de los actuales diez kilómetros que separaban la costa con el Valle de Agaete, años después el mar volvió a su sitio y el agua regresó lentamente.
Un trauma para una tierra naciendo.
Más asombrado me quedé cuando Jorge me explicó en qué consistía un Tsunami.
No era una ola enorme de decenas de metros que destrozaba todo a su paso, no.
Eran miles de fragmentos empujados por la fuerza del mar que destrozaban y trituraban todo a su paso.
Era como un barranco que corre hacia arriba.

Un abrazo.