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… cada vez más cerca.
Aquella tarde fue una de las peores que recuerdo en esa casa por la que me sentía tremendamente atraído, sus sombras, contrastes, energía, su historia me estaba absorbiendo y de paso, me hacía olvidar mi propia realidad.
Cuanto más me implicaba fuera de mi casa, fuera de mí, más tranquilo podía vivir y mi apellido, mi nombre, mi habitación no me torturaba.
Todo comenzó a conjurarse para que estuviese allí presente, para vivir cada uno de los hechos que sucedieron en esa casa.
El miedo, según dicen, es una defensa que el cuerpo tiene para sobrevivir, te hace tener miedo para no acercarte a situaciones donde la integridad física y mental pueda estar en peligro, el miedo, pues, es un arma para evitar males. Pero hay una atracción hacia todo aquello que nos provoque un éxtasis distinto, una sensación diferente y nos acercamos a precipicios, subimos montañas, montamos norias, nos acercamos al lado oscuro de nuestra mente.
Y el miedo hacia lo desconocido me hacía huir del miedo conocido.
Esa tarde me comentó el patriarca de la casa, que cada vez ve más cerca al hombre verde pero no sé si enseñarle la última grabación, no sé hasta qué punto el delicado corazón podría resistir las voces, pero, ¿Tenía derecho a ocultarle una realidad que debería conocer?
Me debatía entre esa duda mientras su frente más arrugada que en los últimos días me contaba que el gato lo sentía cada vez más cerca, que escuchaba ruidos inexplicables.
– Estoy cerca de la muerte, lo sé, y no me gustaría irme sin saber qué mierda está pasando aquí.
– ¿Tiene algo por resolver? ¿Algo a lo largo de su vida no ha terminado de atar? Quizás todo esto pase por sí mismo. He leído que a veces a ciertas edades o cuando estamos cercanos a la muerte comenzamos a desatar energías subconscientes que quieren liberarse por no resolver nuestros asuntos.
– Pues claro, jodido niño, ¿Me vas a dar lecciones? He tenido una vida dura, y todo lo que he conseguido ha sido a fuerza de trabajar, de luchar, de luchar ¿Comprendes? Todo esto es ¡Mío! Nadie me lo arrebatará.
Lo escuchaba, pero me daba la impresión de que no hablaba conmigo, de que se dirigía a alguien oculto en sus recuerdos, creo que está empezando a perder la cabeza a tenor de todos los acontecimientos que se estaban sucediendo.
Decidí, a pesar de todo, enseñarle la última grabación.
“Tú m…. s si s teeeeeeee” Su cara palideció, por un momento sus ojos se llenaron de lágrimas pero las contuvo.
“…ta mi saaaaaaaaaaa” La segunda frase lo llenó aún más de pánico. Tomó una de las pastillas que estaban a su lado, en su pequeña mesa de noche, lo ayudaban a tranquilizarse.
– Antes de que me quede dormido, quiero pedirte que rompas esas cintas, que no dejes nada, esa voz, apenas la recuerdo. Su voz iba cambiando, de la inquietud al pánico, cambiaba de forma de ser, antes de quedarse dormido gritó a alguien que aquella era su casa, lo gritó varias veces, la pastilla hizo efecto, cerró los ojos.
Otros cinco minutos grabando.
Aquel atardecer de Septiembre dejaba impregnado en el mar un color de nubes naranjas, mi madre, cuando yo me quedaba mirando en mi más tierna infancia hacia esa sinfonía de colores me comentaba que la virgen estaba planchando, por eso todo el entramado de colores naranjas y grises antes de que se ocultase el sol.
A mi mente venían muchas imágenes de una señora hermosa, en el cielo, entre nubes, doblando ropa con una plancha como la que había en casa de mi abuela de esas antiguas, que había que llenarlas con carbón para que pudiesen planchar bien.
Me dirigí hacia lo que tenía que ser mi refugio y no lo conseguía, allí había siempre un torbellino de gritos, lamentos de los que no quería formar parte.
Cenaba tarde, cuando todos dormían y no escuchaba más nada, iba a la cocina muy despacio sin que se escuchase ni la respiración, y volvía a mi habitación para comer mientras leía un libro.
Esta vez, no quise escuchar la grabación hasta que despertase, quería tener una noche más tranquila.
Los sueños me persiguieron, una ola enorme subía por el barranco y destrozaba todo a su paso, todo se ahogaba, todo moría, Agaete quedaba sepultado bajo las aguas del barranco que «corre hacia arriba».
Sueños apocalípticos que torturaban mi mente, y que pronosticaban problemas, más problemas, dormí casi de un tirón toda la noche y parte de la mañana, los gritos me despertaron y tuve que secarme los sudores, esta pesadilla recurrente me tenía nervioso, pero pronto, lo resolvería.
Puse la cinta…
Miau… miau… miau… el maullido se escuchaba cada vez más cerca de la zona de grabación, como si se fuese acercando poco a poco para advertir de una inminente llegada.
Miau… miau… miau… lo escuchaba mientras un sudor frío me recorría la espalda, caí en la cuenta de que cuantas más veces grabase, cuanto más tiempo dejase pasar, se iría acercando poco a poco y daba la impresión de que el gato estaba realmente cerca, de que las palabras comenzaban a cobrar mayor sentido.
“Tú m…. s si s teeeeeeee”
“…ta mi saaaaaaaaaaa”
Se escuchaban realmente cerca, más o menos me iba haciendo una idea de qué significaban esas palabras, pero no quería, por alguna razón que me ocultaba a mí mismo, desvelarme.
Un hombre verde… con esa idea fui para Las Nieves a caminar, a mojarme los pies en el muelle «chico» dejándome atrapar por los olores del mar, olores de conchas muertas, algas, peces…
Un hombre verde… una casa antigua, un gato…
El mar reflejaba mi imagen preocupada, una mirada llena de ilusiones casi vacías y un vivir día a día para procurar sobrevivir a lo que me iba ya esperando.
Miau… miau… miau.. esos maullidos martilleaban mi cabeza, ese viejo, ese odio acumulado.
Agaete estaba lleno de puertas, de agujeros, de traumas, de momentos históricos inconclusos que, como cuando aprietas un globo, al paso del tiempo acaba sacando como el aire, sus historias.
A veces me he preguntado si es el contraste de altos acantilados cuyos pies son lamidos por inevitables lenguas de olas lo que hace que este pueblo sea tan peculiar y la energía que desprende acreciente los traumas de todos los que hemos respirado su aire.
El mar de Las Nieves pasea tranquilo mis recuerdos de cada instante en cada momento que me asomo entre sus aguas.
Un hombre verde…
Este hombre tan mayor, vista cansada… una casa llena de recuerdos, sigo mirando al mar.
¿Qué no me ha dicho?
Un hombre verde… ¿Un hombre verde?
Me fui con esa idea en la cabeza caminando hacia la casa que habité con mis padres y mis hermanos, en esos días el ejército hacía pruebas en las afueras del pueblo, por la zona de Barranco de Juncal, donde aún se podían ver las trincheras de la Guerra Civil.
Un camión del ejército pasó por la carretera, los miraba con recelo, por esa época comencé a ir a charlas acerca de la Insumisión y la Objeción de Conciencia con lo que nuevas ideas llenaban mi mente y todo lo que oliera a verde militar…
Verde militar.
Pues claro.
Un hombre verde.
Corrí hacia mi casa, quería volver a escuchar las grabaciones, una acusación llegaba poco a poco al micrófono de la grabación, acercándose lentamente acusando con el lastimoso sonido de un gato.
Miau… miau… miau…
Me dio la impresión de que quedaba poco tiempo, todo podía resolverse cuanto antes. A veces aplicar la simple lógica nos hace que resolvamos los misterios más ocultos. Gracias a Dios que siempre pude escapar de los miedos, de las pesadillas que estaba viviendo sin soñarlas, quise salir de casa pero mi padre no me dejaba, lo veía venir, quería de nuevo acusarme de las mayores barbaridades, el alcohol no le dejaba ver la realidad clara y concisa y todo era derformado, por lo tanto yo no tan sólo era su hijo, sino su rival, su «enemigo». Mientras yo quería sobrevivir él se hundía en sus profundas miserias y esta vez estaba decidido a no dejarme salir, yo tenía prisa, tenía que llegar de nuevo a resolver algo que intuía era inminente su final.
– ¿Dónde vas? Me decía arrastrando la «s» hasta silenciarla.
– Tengo que irme, tengo prisa.
– De eso nada, tú tienes que quedarte aquí.
– No, déjame en paz, estás loco.
En el momento que yo pronunciaba la palabra «loco» su cara se transformó, se llenó, además, de rabia, justo al lado había una hoja de afeitar, alargó la mano e intentó cortarme dando golpes en el aire sin llegar a alcanzarme, intenté apartarme como podía de sus ataques, por suerte, pude evitar que me cortase y salí de la casa, sabía que desde que pasasen algunas horas ya se le quitaría el enfado, dormiría y yo volvería a mi vida nocturna.
Corrí con el corazón desbocado hacia la casa a pesar de que faltaban algunas horas para la cita diaria, dejé la plaza atrás, me miraban curiosos algunos vecinos frente al casino, aún quedaban unos minutos para llegar.
Un hombre verde… un hombre verde…
Llegué a la puerta, toqué varias veces ya que nadie me abría, tardaron un poco, me abrió el viejo, estaba solo en casa.
Me abrió con la cara más pálida que nunca, las arrugas se le habían marcado aún más y las bolsas debajo de los ojos, que no tenía muy pronunciadas, eran de un color casi negro.
– ¿A estas horas vienes? Pero es temprano.
– Sí, lo sé, pero creo saber quién o «qué» es ese «Hombre verde». Me miró con una cara que no me esperaba, asustado.
– Vaya… entra, entra… veamos qué es lo que sabes. Su voz temblaba en cada una de las palabras, lo notaba más nervioso que de costumbre, todo estaba para resolverse en breve, lo estaba empezando a sentir.
Llegamos a la habitación, a pesar de que el sol de Agaete podía atravesar las paredes más gruesas todo tenía un extraño color gris oscuro, su habitación estaba desordenada, los cuadros, la ropa por el suelo. La habitación estaba empezando a ser un reflejo de la realidad oscura de este hombre, un hombre que había vivido con remordimientos toda su vida y todo siempre vuelve, aunque se entierren en el agujero más hondo, en la memoria más oculta.
– Me muero ¿Sabes Heliodoro? Noto que la vida se me está escapando y que en breve todo llegará a su fin, creo que a lo largo de mi vida he cometido muchos errores, pero no me arrepiento de absolutamente nada, ¡Nada! ¿Me entiendes? Me decía todo esto mirando desafiante a todas las paredes de la habitación, hablando con alguien que quizás estuviese allí pero yo no podía captar. Quizás se estaba volviendo loco, simplemente, quizás cuando nos hacemos mayores y cargamos con la miseria que nuestra vida ha sido, se hace todo demasiado pesado y el orgullo no nos deja reconciliarnos con nosotros mismos.
«Burro viejo no aprende idiomas» Me decía siempre mi abuelo. Quizás sea cierto, quizás no nos damos la oportunidad de seguir aprendiendo lo que la vida nos ofrece de forma continuada en cada amanecer, en cada persona que conocemos porque «Ya somos mayores y lo sabemos todo».
– Sé lo que es un «hombre verde». Le dije casi de forma acusadora.
– Vaya… ¿Me vas a iluminar, nieto de Paca?
– Creo, sinceramente, que el pasado, cuando uno está al borde de la muerte, viene a increparnos para que resolvamos lo que aún no hemos tenido oportunidad de hacer, quizás tenemos una oportunidad única para arrepentirnos y no dejarnos llevar por el orgullo.
Puse a grabar la conversación, sabía que para empezar a dilucidar la verdad tenía que manipularlo un poco.
– Pero yo no tengo que arrepentirme de nada. Su puño estaba cerca de mi cara, una mano delgada, huesuda.
– Usted tiene edad suficiente para haber vivido uno de lo mayores traumas de este pueblo, odia lo que tiene que ver con las izquierdas, con el comunismo, ¿Recuerda la época de la República?
– Bah, qué sabrás tú, jovencito, eran tiempos difíciles, tiempos en los que había que salvar a España de las hordas comunistas.
– Sí y supongo que todo valía para eliminar lo que oliese a rojo.
– Vaya, parece ser que las ideas de Juan Luis inevitablemente están en tu sangre, ¿Eres un jodido comunista? ¿Un socialista? Tenían el país al borde del absoluto desastre.
Escuché un maullido de un gato, un olor a algo podrido estaba empezando a impregnar la habitación, la temperatura bajaba gradualmente.
– Un hombre verde viene a los pies de su cama ¿Verdad que no ha podido hasta hace muy poco verle la cara, sólo sus ropas? Hacía cada vez más frío y los ojos de este viejo se llenaban cada vez más de puro odio.
– No sabes qué tiempos eran aquellos, todo era confuso, era otro tiempo, había que hacer lo que había que hacer.
– ¿Qué hizo?
El bote de pastillas del mueble al lado de la cama cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.
Más frío.
Seguí grabando poco más.
Sabía que lo próximo que grabase revelaría más de la realidad que permanecía oculta en ese otro lado que estaba queriendo salir poco a poco.
– No hice nada, luchar por ideas, salvar de un peligro inminente, de una contaminación de la mente, de los jodidos comunistas.
Comencé a tener ya verdadero frío, el mal olor impregnaba poco a poco la habitación.
Habían pasado unos minutos desde que comencé a grabar.
Las psicofonías o parafonías son métodos, dicen, para ponerse en contacto con otros seres que se supone están en otra dimensión y las nuevas tecnologías ayudan a que esto suceda.
Puse en práctica lo que tantas veces Germán de Argumosa hizo, la grabación, esta vez, nos revelaría otra verdad, estaba casi seguro.
Hasta ahora cada vez que grababa el maullido estaba más cercano, todo indicaba a que esta vez el gato estaría «al lado» de la grabadora.
Le señalé la grabación.
– ¿Lo escuchamos?
– Jodido niñato, hace frío para escuchar nada.
Antes de enseñarle la grabación me puse unos auriculares y la escuché yo primero. Era muy corta, paré la cinta.
– Ahora lo entiendo todo, ¿Quiere escucharlo?
– Queda poco para mi muerte, no le temo a nada.
Puse la grabación con el volumen alto…
Un gato se acercaba…
Miau… miau… miau….
Miau… miau… miau…
Sus maullidos eran cada vez más fuertes, más cercanos…
Miau… miau… miau…
«Tú m…. s si s teeeeeeee”
Miau… miau… miau…
“…ta mi saaaaaaaaaaa”
Miau… miau… miau…
Las voces eran cada vez más cercanas, el maullido más lastimoso.
Obervé cómo los cristales de la habitación comenzaban a empañarse por el calor de nuestra respiración, de nuestro vaho. Todo olía mal, ya empezaba a hacer demasiado frío. Fue a su armario a coger unas cuantas mantas que le tapasen el frío, lo abrió violentamente, entre sus sábanas cayó un uniforme.
Comenzó a reírse estrepitosamente se puso el uniforme.
– Esto soy yo, mira mis galones, mira mis condecoraciones y medallas, yo he sido lo que he querido.
– Sí, pero el odio le ha llevado a apropiarse de algo que no es de usted.
La grabación continuaba escuchándose.
Miau… miau… miau…
Miau… miau… miau…
Ahora las palabras se entendían perfectamente, el maullido del gato era casi un grito.
Este hombre mayor estaba ya vestido con su uniforme.
Miau… miau… miau…
Miau… miau… miau…
Yo seguí sentado mientras escuchábamos todo, el frío comenzó a calar los huesos, el mal olor persistía.
La voz se escuchaba clara entre los maullidos cercanos del gato.
“Tú me matasteteeeeeeee”
“Esta es mi casaaaaaaaaaaa”
Miau… miau… miau…
Aún más frío.
– ¡No! Esta es mi casa, tú eras un mierda, un jodido comunista, había que eliminarte, a ti y a tu negro gato. Hablaba al aire, no había más que sus recuerdos agolpándose en su febril mente. La figura patética que conformaba con su uniforme me hacía que se me mezclasen sensaciones de pena y miedo.
Señalaba al aire.
La grabación continuaba.
Miau… miau… miau…
Cada vez más cerca.
Miau… miau… miau…
“Tú me matasteteeeeeeee”
“Esta es mi casaaaaaaaaaaa”
– ¡No lo es! Es mía. Gritaba a la grabadora mientras los maullidos eran cada vez más lastimeros.
De repente, todo quedó en silencio, el frío se había marchado, todo se quedó quieto, como si se pausase en medio de una película.
El viejo arrastró la cama unos metros, el uniforme le quedaba algo grande pareciendo un niño con arrugas. Una vez hubo apartado la cama de su sitio salió de la habitación como poseído por una extraña fuerza y trajo un pico, rompió sin parar el suelo hasta desenterrar un ataúd.
– Mira, aquí vas a ver la jodida verdad de todo.
Abrió el ataúd con mucho esfuerzo mientras lo miraba realmente sin creerme lo que estaba viendo.
Vi dos esqueletos, uno pequeño, de un gato, el otro huesos apenas recubiertos por un uniforme de un soldado republicano de la Guerra Civil.
– Estarás contento ¿Verdad? Tus jodidas cintas, tus jodidos espíritus me han hecho recordarlo todo, estaba todo olvidado pero has hecho que lo recuerde todo, sí, yo lo maté, me quedé con su casa, con sus propiedades, quemé los documentos e hice unos nuevos que puse todo a mi nombre, todo era confuso, podía hacerlo si tenía un poco de cuidado. Era un comunista, podía hacerlo…
– Pero lo mataste sin justificación, esta era su casa y se la arrebataste sólo por creer tener la razón, la verdad absoluta de todo.
– ¡Estábamos en guerra! ¡Era él o yo! ¡Sus hijos o los míos! Tuve que entrar aquella noche, se estaba vistiendo para huir, lo llamé, le disparé dos veces en el pecho y le reventé los sesos a su jodido gato, un comunista menos.
Los esqueletos lo acusaban de su crimen, aún muertos la energía había permanecido en la casa que reconocía al legítimo propietario y al impostor.
Miau… miau… miau… se escuchaba desde el ataúd, el maullido lastimoso volvía a nuestra realidad.
Bajaron las temperaturas hasta un límite casi insoportable, temblé de frío.
Y todo sucedió deprisa.
Este hombre de su uniforme sacó una pistola, me miró fijamente con ojos de odio.
Miau… miau… miau…
– Cara al sol con la camisa nueva…
Miau… miau… miau…
Se puso la pistola en la boca.
Miau… miau… miau…
Miau… miau… miau…
Disparó.
– ¡No!
Una mancha de color rojo quedó a su espalda y su cuerpo se desplomó.
Miau…
Todo quedó en silencio.
Me quedé quieto mirando al ataúd a su lado, el cuerpo sangrante de este viejo.
Salí corriendo de aquella casa al cuartel de la Guardia Civil, les dije lo que había pasado omitiendo todo lo que no se iban a creer.
El rumor corrió por todo Agaete, los periódicos se hicieron eco de la noticia.
Aquella tarde volví a casa a aguantar mi propia realidad.
Un abrazo.